El día 15 de enero, un acontecimiento conmociono la vida de nuestra barriada: una mujer de 36 años era brutalmente asesinada, acababa de dejar a su hija en el colegio. Su ex pareja, de la que estaba separada, la estaba acechando y acabó con su vida tras propinarle un hachazo y cortarle el cuello. El asesino era reducido por unos cuantos vecinos que fueron testigos del hecho. Era la victima número 11 en lo que va de año y la primera de Málaga. La indignación se apoderó de nuestra barriada, porque cuando la brutalidad está cercana se vive como en primera persona, su hija asiste al colegio ICET y alguien le tendrá que explicar a esa niña por qué su padre acabó con la vida de su madre. ¿Cómo se puede explicar eso?.
La Declaración de Naciones Unidas de 1993 en su artículo 1 define la violencia de género como:
“todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada.”
Por lo tanto, y a tenor de esta definición, tendremos que considerar también como violencia de género aquellas prácticas “culturales” como la ablación, la lapidación de mujeres y otras muchas agresiones que aunque no se produzcan en nuestro entorno más cercano, la sufren millones de mujeres cada dia.
La violencia ejercida contra las mujeres nos es nueva, ha existido en todas las épocas, y para entenderla, la tenemos que enmarcar en un sistema de valores que inculca la superioridad del hombre sobre la mujer, que nos hace creer que ésta es objeto de su propiedad, a la que habrá que cuidar, pero que también “enderezar” cuando se tuerza, y a la que nunca se renunciará: “Antes muerta que de otro” y “La mate porque era mía”.
Miguel Lorente Acosta, autor del libro Mi marido me pega lo normal (2003), dedicado al estudio de la violencia de género, explicaba como causa última de dicha violencia lo que se ha denominado Patriarcado: “la agresión hacia la mujer no puede justificarse ni entenderse como una serie de hechos aislados que dependen casi exclusivamente del agresor que las lleva a cabo” (2003:64) Sino que es la consecuencia de una sociedad patriarcal que a través de “los mandatos culturales ha otorgado una serie de derechos y privilegios al hombre, dentro y fuera de la relación de pareja, que han legitimado históricamente un poder y una dominación sobre la mujer, promoviendo la independencia económica de él y garantizando el uso de la violencia y de las amenazas para controlarla” (2003:67).
Es decir, la violencia de género es violencia contra las mujeres por el hecho mismo de ser mujeres y por el deseo de dominarlas para sostener un sistema social, económico y cultural que se beneficia de ello.
No podemos obviar el papel que la Iglesia ha jugado y juega como transmisora de unos valores familiares patriarcales, donde el hombre es el cabeza de familia y la esposa la madre obediente, abnegada y paciente, como consecuencia de su “inferioridad natural”.
La sociedad como consecuencia de todo esto ha disculpado al maltratador achacando su conducta al abuso del alcohol, las drogas, problemas en la infancia, etc.
La violencia de género se contemplaba hace unos años como algo que formaba parte de lo privado, e incluso a veces justificándose (“algo habrá hecho para que le pegue”), como algo que incumbía sólo al matrimonio y a la esfera de lo privado.
En nuestra historia reciente podemos decir que existe un acontecimiento que marcará un antes y un después en la consideración social de la violencia de genero: La muerte de Ana Orantes, la mujer quemada por su marido en Cúllar-Vega (Granada) tras haber relatado sus malos tratos en televisión en 1997, sirvió de aldabonazo para iniciar la lucha contra la entonces llamada violencia doméstica.
A partir de ese momento la sociedad toma conciencia del tema, y éste pasa de lo privado a lo público. Las asociaciones feministas, que ya venían denunciándolo salen a la calle y se establece el día 25 de noviembre: DíaInternacional de Lucha contra la violencia de género.
Son muchas las iniciativas que se han puesto en marcha para acabar con esta lacra social, sin que hasta el momento, parece hayan dado los resultados deseados.
Continuamente se está lanzando el mensaje de que la mujer víctima debe denunciar, para poder ser protegida, pero no parece ser, a tenor de este último acontecimiento, que esto funcione siempre. A quien corresponda la responsabilidad tendrá que realizar las pertinentes averiguaciones para que esto no vuelva a suceder, aunque sin olvidar, claro está, que el único culpable en un asesinato es el asesino.
No quiero dejar pasar por alto el hecho de la supresión “¿por causas económicas?”, del Ministerio de Igualdad, cosa que venia solicitando la derecha de nuestro país desde hacía tiempo y cuya supresión, apenas supone un ahorro económico, pero probablemente, sí un menoscabo en las políticas de igualdad y los recursos dedicados a éstas.
Quiero señalar también que el delito de violencia de género es el único delito en el que la víctima es castigada a abandonar su casa, a veces con escasos recursos económicos y llevándose consigo a unos hijos a los que tendrá que desarraigar de su entorno educativo y social, y además con una capacidad de decisión bajo cero, como consecuencia de años de destrucción de su personalidad y su autoestima. Los malos tratos casi nunca empiezan con una paliza, primero hay que apartarla de su entorno. Bajo el aspecto romántico de que “te quiero tanto que te quiero para mi solo”, la casa pasa a ser la jaula de oro. O bien minando la confianza con frases como: “¡Tu que sabes de esto!, “¡Cosas de mujeres!, “¡Qué sería de ti sin mi!”, etc.
Después vendrán los gritos y una bofetada que se escapa y que casi siempre se justifica por la propia victima: “perdió los nervios, “nos es malo.., es que tiene muy mal genio”, porque si hay algo que la razón no entiende, es que aquella persona que dice quererte te maltrate y además el agresor se encargará muy bien de alternar los episodios de violencia con regalos y perdones, para poder seguir ejerciendo el control sobre ella.
De esta manera la victima normalizará su situación, la justificará e incluso llegará a creerse la perversión de que ella es la culpable de lo que le está pasando.
Se han establecido tres fases por las que atraviesa la agresión:
- Fase 1ª de Tensión creciente, la relación se vuelve tensa y distante, silencio y agresividad encubierta, episodios de violencia física aislada y de poca intensidad.
- Fase 2ª de violencia aguda, la agresividad acumulada en la fase 1º se descarga en forma de múltiples golpes y palizas unidos a violencia verbal.
- Fase 3ª de amabilidad, afecto y arrepentimiento, se justifica la acción y se descarga la responsabilidad sobre la mujer, es lo que se da en llamar victimización de la mujer.
Por último existen unas las claves para detectar el maltrato inicial en nuestro entorno más cercano y que son las siguientes:
El cambio de actitud y tono anímico de la mujer, el aislamiento respecto de sus amistades o de su entorno familiar, la justificación las humillaciones a las que es sometida en público por su novio o marido y la irascibilidad, son algunas de las claves que pueden ayudar al entorno de una pareja a detectar si la relación puede acabar convirtiéndose en un caso de violencia de género.
Esperemos que este caso que nos ha tocado tan cercano sea el último, y que las terribles previsiones, que hacen de éste unos de los años con más casos de violencia, no se cumplan.
Carmela Serran González