Uno de los mayores regalos de la infancia fue sin duda haber sido alumno suyo. Lecciones de dibujo para alguien incapaz de juntar dos líneas sin manchar el papel. A él le debo los pocos bocetos presentables que pudieron salir de mis manos torpes.
El dibujo, el trazo inteligente de su didáctica, fue un obsequio que varias generaciones del colegio Cerrado de Calderón llevaremos siempre en el equipaje necesario para este viaje de vivir. La perspectiva caballera, las escalas de grises, los colores primarios… Con Dámaso aprendimos, en síntesis, a mirar. A entender el lenguaje del arte sin márgenes.
Y es que al viejo profesor le sigue el maestro de la plástica: el mago de la geometría y la abstracción, el hombre que entabla el diálogo con la paleta de colores, la escuadra y el cartabón para expresar lo mismo sobre tela y cartón que sobre el hormigón de una fachada en el Palo, donde se proyecta el mural de este ilustre vecino que ahora da nombre a una calle.
A él le ha llegado el tiempo de los homenajes y quizá de alguna antológica o de alguna muestra con obra inédita. Del taller del viejo profesor sigue quedando obra fresca, nueva -siempre nueva- y siempre transformadora. Y de la memoria de los que compartimos aula con el artesano de los ángulos, las bandas y las rectas quedan también momentos inolvidables: lecciones de un artista con R de rompedor que nos quitó el vértigo a sentir el arte por todas sus aristas.
Con Dámaso Ruano, como con tantos poetas del paisaje, hemos aprendido a interpretar mejor el complejo 'collage' de la vida. Nos vemos pronto en tu calle, maestro.
Fuente: ANTONIO ORTÍN aortin@diariosur.es