Espectáculos coreográficos fastuosos, proezas atléticas sin precedente y la cálida hospitalidad germana hicieron de las Olimpíadas de 1936 un evento memorable tanto para los atletas como para los espectadores. No obstante, detrás de esta fachada, un dictador despiadado perseguía a sus enemigos mientras se rearmaba para la guerra con el propósito de adquirir «nuevos espacios para vivir» para la «raza aria superior».
Durante dos semanas en agosto de 1936, la dictadura nazi de Adolf Hitler camufló su carácter racista y militarista mientras el país alemán era anfitrión de las Olimpíadas de Verano. Dejando de lado su agenda antisemita y los planes de expansión territorial por unos instantes, el régimen explotó las Olimpíadas para impresionar a miles de espectadores y periodistas extranjeros presentando la imagen de una Alemania pacífica y tolerante. Tras rechazar una propuesta de boicot contra las Olimpíadas de 1936, los Estados Unidos y otras democracias occidentales perdieron la oportunidad de adoptar una postura que, según los observadores contemporáneos, podría haber limitado el poderío de Hitler y respaldado la resistencia internacional a la tiranía nazi. Una vez finalizadas las Olimpíadas, el expansionismo y la persecución de judíos y otros «enemigos del Estado» por parte de Alemania aceleraron su paso hasta culminar en el estallido de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto
El póster oficial de las Olimpíadas, diseñado por el artista nazi Frantz Wurbel, muestra a un atleta olímpico que se eleva por sobre la Puerta de Brandenburgo, símbolo de Berlín. 1936.