LLAMATIVO . ..

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. pues resulta que con harta frecuencia, si se trata de una persona de edad, ésta, también con otro pequeño movimiento de la mano, medio asomando una sonrisa o una mirada cómplice, fugaz, me agradece el detalle que. . .no tendría por qué. . .porque él, el peatón, tenía derecho a cruzar frente a mi automóvil detenido . . .aunque nos agrade a ambos establecer esa mínima connivencia por habernos entendido y que la cesión ha resultado agradable, circunstancia que agradece el peatón, reconciliándonos ambos con esa bonhomía de sentirnos a gusto haciendo las cosas bien, habiéndonos vuelto “visibles” el uno y el otro, por un casi nada que es algo sustancial, en medio de la vorágine urbana.

Y al contrario, cuando se trata de un joven y en idéntica peripecia “algo” no debe haber conectado, en la repetición de la jugada contada, porque esa comunicación imperceptible no se produce, y el joven, confiado y hasta algo desafiante, ensimismado en su mundo y sus intereses, cruza la calle. . .¡seguro de que tú te vas a detener!. . . el joven, dueño de su imprudente insolencia, tan infantil como autista.

Es pues llamativo y puede que hasta significativo, y entonces uno se queda un poco chafado simplemente por haberse visto algo desairado en la incomunicación establecida, porque al menos uno mismo se ha hecho invisible ante el apuesto joven que cruza sin haber cedido ni un ápice en su voluntad de domeñar su entorno a su estricto capricho y deseo incontestable.

Y es que tal vez es el nuevo signo de los tiempos, y tal vez es lo que interese o se lleve de moda, dentro de nuestras existencias estanco, aunque luego en cuanto se nos tuerzan las cosas corramos al socorro de cualquiera que “deba” auxiliar a los jóvenes mocosos, tan desafiantes hace un minuto, tan frágiles en cuanto no cuadran sus cálculos, socorridos en brazos de quien despotricábamos de su insolvente y pretenciosa autonomía.

Claro que uno ya no sabe si la fragilidad la muestra uno desde su provecta edad, tras haber comprobado que no se era tanto como se suponía, con lo reconfortante que resulta esa solidaridad primaria, algo ingenua, tan gratificante, de quienes tratamos de comprender que, al cabo, todos necesitamos de la amabilidad de todos para ser una pizca más de felices, gozosos de sentir que alguien nos ha agradecido que hayamos renunciado a arroyarle, por ejemplo.

Y entonces se destila cierta desazón cuando resulta que se sospecha de que hay demasiada gente que va solo a lo suyo, sin tan siquiera tener tiempo ni ganas para dedicarse a detectar que otra persona diferente a uno mismo también se merece echarle cuentas, porque la visibilidad es la primera necesidad para sentirnos vivos, aunque sea a la carrera, en el intercambio que supone un segundo de mutua consideración..

Claro que la juventud es atropellada y egoísta, seguramente, tanto como ingenua y vehemente y hasta malcriada, según el caso, cuando resulta que igual hemos amancebado pequeños monstruos ególatras, pagados de sí mismos, cuando seguramente no valen ni una higa como para ir tan a lo suyo, y solo son unos necios ignaros de su propia humanidad echada al pretil de los escombros.

En fin percances y minucias de la vida de a pie de calle, sin o con mucha importancia, ¡vaya uno a saber!

 

Torre del Mar 9 – noviembre – 2.013