Es una lástima que casi todas las películas de Woody Allen se centren en la isla de Manhattan y que sus excursiones cinematográficas europeas se limiten a un atractivo paseo por monumentos, terrazas y restaurantes de ciudades como Londres, Roma o Barcelona, la otrora ciudad europea y hoy, irreductible aldea de defensores de la democracia a la carta. Porque el director de Hannah y sus hermanas o Balas sobre Broadway se está perdiendo la posibilidad de dejar para la historia una gran comedia mediterránea en la que los protagonistas sean los alocados despachos de nuestros políticos malaguitas.
Eso sí, con un toque cosmopolita, no precisamente por los políticos, sino porque también se rodarían interesantes escenas en los decadentes Baños del Carmen. Los malagueños ya hemos comprobado recientemente en nuestras carnes cómo la conjunción de las administraciones central, autonómica y local ha dado como resultado el espantoso horror de los exchiringuitos de La Malagueta, arquitectónico homenaje al exceso y a la falta de sentido común en primera línea de playa.
Y así, cuando estas tres administraciones se descoordinan de nuevo con vistas a un objetivo común, la rehabilitación del Balneario, es cuando constatamos lo bien que le iría a España si nuestro hierático presidente del Gobierno cumpliera su promesa y adelgazara de una vez las administraciones.
Así, la película bien podría comenzar en un despacho institucional en el que unos airados vecinos denunciaran un cuarto de siglo de abandono de los Baños del Carmen por parte de la anteriores gestores, y cómo el político de turno les responde con una sonrisa paternal, tratando de quitar hierro al asunto: «Vamos señores, ¿no se me irán a enfadar ahora por eso? ¡Allí sólo hay cuatro columnas viejas! ¿Cómo le vamos a multar?, ¡las gracias habría que darles!».
Para que la comedia funcione, es necesario añadir un elemento ficticio: que el de la sonrisa paternal tenga relaciones con los gestores del terreno, algo que, por ejemplo, se conseguiría si en la siguiente escena jugase al pádel con ellos. Pura fantasía.
Pero no podemos olvidar otras pinceladas del guión: el ambiente cosmopolita de un bar de copas a la orilla del mar, la desconfianza que suscita la llegada de unos expolíticos mal vistos por sus excompañeros y por encima de todo, el funcionamiento apático de la administración malaguita, con responsables que llevan toda la vida saltando de un puesto a otro, la mayoría sin haber opositado a nada, siempre en los dulces brazos del partido.
En resumidas cuentas, que este guión resaltaría la incompetencia, las zancadillas, el mirar para otro lado y la torpeza intrínseca para recuperar un espacio público por el que los vecinos llevan 30 años peleando. El mayor obstáculo sería la banda sonora. En Toma los Baños y corre no pegaría jazz clásico, tan afín a Woody Allen, sino los sones, no tan memorables, de cualquier película de Torrente