LUCAS MARTÍN. MÁLAGA. Las inmediaciones del antiguo cementerio de San Rafael, acaso el mayor cadalso del franquismo, se han convertido en una improvisada recepción de represaliados de la dictadura. Desde que comenzaron las exhumaciones, hace aproximadamente un año, las visitas de familiares se suceden frente a los trabajos o en la caseta habilitada por la Asociación por la Memoria Histórica. Allí se habla de enterrar el rencor y recuperar respuestas, se siente ligeramente el alivio. Por primera vez en varias décadas, los descendientes de los desaparecidos salen del silencio y el olvido.
Casi todos ellos coinciden en los mismos postulados. No quieren ni oír hablar de viejas rencillas. Se emocionan terriblemente al recordar a sus allegados y dicen que no descansarán hasta darles una sepultura digna. Las historias se cruzan y entreveran, pero tienen nombres y apellidos distintos. La de Victoria Villar, por ejemplo, lleva años ligada al cementerio. Francisco Espinosa, presidente del colectivo, recuerda su sombra sigilosa y su ramo de flores, presente muchos años antes de que comenzaran los trabajos.
Con la voz casi quebrada, la mujer desmigaja un dolor que comenzó antes de que cobrase conciencia. Su padre, un trabajador ferroviario, fue asesinado cuando ella sólo tenía unos meses de vida. Su único delito fue cumplir con su trabajo, aceptar los encargos profesionales sin distinguir entre militantes de izquierdas y de derechas. Algo que no pareció gustarle a los falangistas. "Lo mataron en presencia de una tía mía, por eso sé que está aquí y le he llevado flores toda mi vida", señala.
En el caso de Juan Soriano, el horror se multiplica. Su padre, un agricultor conocido por su generosidad con los pobres, fue masacrado por las tropas fascistas. Su tío, también, y otra parte de su familia tuvo que exiliarse en Argentina. Un árbol genealógico truncado por las balas y los kilómetros, parecido al de Juliana Sánchez, que recorre a diario quinientos kilómetros para visitar el lugar en el que está enterrado su padre.
Represaliados por el franquismo, por la guerra, víctimas de la epopeya en la Carretera de Almería, en el cementerio de San Rafael los recuerdos se intercambian y solidarizan. Entre otras cosas, porque todos han tenido una vida parecida, la pobreza extrema de Juliana conecta con el orfanato en el que creció Victoria, los exilios interiores con los exteriores y las lágrimas con las ganas de saber. Quizás, por ello, en el camposanto no hay día en el que falten periodistas. Las exhumaciones han despertado una expectación que trasciende el mapa del país. Documentalistas chilenos, cadenas de televisión de Francia y Alemania, el prestigioso diario Liberation, todos se han desplazado al lugar para conocer de cerca los trabajos.
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