. En 2009, cuando cierra este histórico de la cocina malagueña, tratan de encontrar un puesto de trabajo y a pesar de su probada experiencia, se encuentran siempre con el obstáculo de la fecha de nacimiento en su DNI. «A partir de los 50 años te ignoran por tu edad», cuenta Enrique Sánchez. Por eso, tras dos años sin lograr trabajar, en junio de 2011 decidieron hacerse cargo del traspaso del pequeño restaurante Juanito Juan, en la avenida Salvador Allende, 26, frente a la antigua estación del tren del Palo.
Las cosas han dado un giro completo, por eso Enrique cuenta que «las mismas personas que no nos quisieron admitir, han venido aquí y se han echado las manos a la cabeza por no habernos cogido para su negocio».
En estos dos años, ha funcionado el boca a boca, hasta el punto que los fines de semana «la demanda supera en dos o tres veces la capacidad que tenemos y entre semana hay días que también», señala Enrique Sánchez. Para José García, una de las claves es «la constancia, estar día a día aquí y que no falte ningún detalle». De hecho, esa misma mañana marcha al Centro a comprar unos puros que pide siempre un cliente.
Pero hay otras claves para explicar el éxito, como esta conjunción hostelera de antiguos trabajadores de Casa Pedro y La Alegría y que ofrecen antiguos platos de estos desaparecidos establecimientos como el plato estrella, la sopa Viña AB. «Ayer (por el miércoles) tuvimos 40 comensales y 36 pidieron la sopa Viña AB», cuenta José. Las tostas de anchoas y boquerones en vinagre y la fideuá son otros de los platos que más se piden. «Después de estar 35 años en un establecimiento, son clientes que nos conocen de toda la vida y al enterarse que estábamos aquí son ellos los que vienen», señala Enrique.
Pero además, los dos responsables del restaurante señalan la relación calidad-precio como otra de las causas de este éxito tan poco frecuente en estos tiempos. Así, el plato más caro de la carta, un pescado en salsa cuesta 12 euros, «y si un día traemos un pargo de medio kilo, 15, 16 euros», explica José García, mientras Enrique Sánchez detalla que «son unos precios acordes con las circustancias que estamos viviendo».
Los dos compañeros de trabajo prefieren reducir los márgenes de beneficio porque en estos tiempos, «lo importante es vender», coinciden.
Claro que para conseguir este resultado, este equipo de cuatro personas (falta la ayudante de cocina Hilda Pereira), que los fines de semana sube hasta siete trabajadores, echa más horas que un reloj. O casi.
«Echamos 16 horas trabajando y mientras llegas a tu casa y te duchas, se pasan dos horas más», señala José. Pero el esfuerzo está mereciendo la pena. Este año, vista la respuesta del público, se han animado a poner un toldo en la calle y han comprobado que en verano, pese a que el restaurante no da directamente a la playa, no tienen altibajos.
José y Enrique hacen un balance de su experiencia y lanzan un mensaje de ánimo a todos los parados de más de 50 años: «Que no se vengan abajo, que se puede. Haciendo las cosas bien y serias se puede». Y no se olvidan de los empresarios: «Los de 50 siguen sirviendo todavía, pueden aportar al negocio una experiencia». Ellos son la prueba.
@alfonsvazquez