Javier García Recio Va más allá de la tragedia del paro masivo o de los problemas de subsistencia de miles de personas, más allá de la desesperanza o de la percepción de un futuro negro como un luto permanente; trasciende todo eso, viene de antes y ni siquiera la crisis parece que pueda con él, más bien lo retroalimenta y lo expande para hacerse un problema que toca a más personas y colectivos a los que inocula su virus maldito.
Es la incompetencia, ese vicio contaminante y paralizante que frena a una sociedad y la deja inoperante. Un ejemplo. Un grupo municipal del Ayuntamiento de Málaga acaba de denunciar la falta de mantenimiento de un centenar de árboles en la zona del Paseo Marítimo de Poniente.
Rápidamente sale un portavoz municipal y dice con esa indolencia que nos ahoga: bueno, pero esos árboles no están todavía en la lista de árboles municipales, no es mi competencia. Y se queda tan ancho en su incompetencia. Le insisten y le aclaran que hay un grupo de ellos que sí es responsabilidad municipal el mantenerlos. Es igual, no hay problema. Incompetencia al cuadrado. En este caso la respuesta municipal es: en este caso la culpa es de la empresa que lleva su mantenimiento. A mí que me registren.
Un ejemplo similar podría valer para poner en el mismo carro a responsables de la Administración autonómica, la central o de la Diputación. Cuando llega un problema nunca es responsabilidad o competencia de ellos, sino del contrario que ese sí que es un incompetente, por definición.
No hablamos de esa incompetencia legal que impide jurídicamente hacer tal o cual cosa; hablamos de esa incompetencia que nace de la ineptitud, de la torpeza, de la negligencia; incluso de la ineficacia y la nulidad.
De esa hay mucha en Málaga en su clase dirigente. No solo los políticos, que pueden ser renovados cada cuatro años. También de responsables técnicos de cargos directivos, de dirigentes empresariales, sindicales o sociales.
Por eso en Málaga, como en Houston, tenemos un problema, un problema de incompetencia. Bob Dylan anunció hace cuarenta años aquellos de The times they are a changin (los tiempos están cambiando), pero el viento del cambio aún no llegó hasta aquí. Seguiremos esperando