Pepito Vargas lo repite una y otra vez: «¡Qué tiempos aquellos!». Lo dice como un suspiro cada vez que termina de contar alguna anécdota de su inabarcable repertorio. Toda una vida pisando escenarios de medio mundo, cuando los aviones no eran lo que ahora, dan para mucho. Habla de los meses que pasó en Canadá, de su amiga Lola Flores y de los tablaos que ha compartido con su compañero Carrete, que le da la razón asintiendo con la cabeza al otro lado de una mesa de la Peña Juan Breva. Son dos leyendas vivas del baile de Málaga, de esos gitanos de raza que nacieron ya zapateando en casa. Y aunque mantienen que ya no se baila como antes… «la juventud también lo hace de maravilla porque tiene más vida que años», dice Carrete mientras lanza una mirada a su izquierda, donde se sientan Luisa Palicio y Carmen González. Ellas son dos talentos de hoy, artistas de técnica depurada y estudiada que respetan las raíces sin dejar de vivir en su tiempo.
Distintas generaciones del arte jondo reunidas para este reportaje que demuestran que Málaga, además de cantaora como decía Manuel Machado, también es bailaora. Y la Bienal de Arte Flamenco de Málaga así lo reivindica. El zapateado protagoniza la cuarta edición de la cita flamenca, inaugurada el pasado martes con el homenaje a una de las artistas de más carácter de la tierra, La Cañeta. «La mijita que ella hace de baile, con dos patadas por tango y dos patadas por bulería, no ha nacido nadie que lo haga como ella», asegura La Lupi, de las malagueñas más internacionales, que ahora prepara una coreografía para el Ballet Nacional de España.
Mucho se ha investigado sobre los cantes de Málaga, pero poco sobre el baile de la tierra. «Falta mucho por estudiar, es el gran desconocido», mantiene la profesora del Conservatorio Superior de Danza de Málaga, Ana Belén Martos. Por eso resulta imposible determinar si el movimiento jondo de la provincia tiene singularidades propias, como la Escuela Sevillana, con protagonismo del braceo, un uso delicado de los pies… Lo que sí se sabe es que Málaga fue durante décadas un hervidero de cafés cantantes donde bailaban los mejores del momento. «Salían del puerto barcos a Sudamérica con artistas de nivel que antes de viajar terminaban las galas aquí y eso ayudó a crear ambiente», cuenta el especialista Paco Roji.
Y también es un hecho que «de aquí han salido algunos de los mejores bailaores del mundo», sentencia el crítico Gonzalo Rojo. Y en todas las épocas. Dos siglos atrás, abrió el camino la malagueña Trinidad Huertas ‘La Cuenca’ (1855-1890), una revolucionaria, la primera en atreverse a bailar vestida de hombre y en zapatear en las soleares. En un tiempo en el que viajar era una odisea, ella pisó con éxito escenarios de París, Nueva York, Ciudad de México y La Habana. Hoy rompe moldes la «danzaora» Rocío Molina –como ella se define por su fusión de danza contemporánea y flamenco–, la primera malagueña y la bailaora más joven en lograr el Premio Nacional de Danza. «La Cuenca era una adelantada a su tiempo y también lo es Rocío Molina, que está buscando nuevos horizontes al flamenco», analiza Martos. Pero precisamente el nombre de Molina es una de las grandes ausencias en la programación de esta Bienal de Málaga.
Biografías destacadas
Entre una y otra, se cuentan decenas de artistas nacidos entre las calles del Perchel, la Trinidad o Los Negros, artistas que empezaron pisando los cafés cantantes de la capital o los tablaos de la Costa, y que después cogieron la carretera hacia los lugares más insólitos. Muchas de sus historias estarán recogidas en la exposición ‘Málaga, al baile’, comisariada por Roji, que el 7 de marzo se estrena en la Diputación de Málaga. Serán 30 fotografías y cuatro paneles con información que quedarán recogidos en un catálogo. «Todo lo que rodea al baile es especial», reflexiona tras varios meses rebuscando imágenes y biografías de estrellas de otros siglos o ‘Grandes divas’, como él las llama.
Porque hay vidas de novela. Como la de Anita Delgado (1890-1962), que pasó a la posteridad por lo que llegó a ser. Su fama cruzó fronteras al enamorar al maharajá de Kapurthala cuando la vio bailar en las fiestas previas a la boda de Alfonso XIII. Se casó con él, y esta joven criada en un tablao de la plaza del Siglo –propiedad de su padre– se convirtió así en la maharaní de Kapurthala.
También Pepita Durán (1830-1871), ‘La Estrella de Andalucía’ entró en la alta sociedad a través del baile. En una actuación en Berlín, esta perchelera –en la frontera entre bailarina gitana y bailaora flamenca– conoció al diplomático inglés Sir Lionel Sackville-West, con quien comenzó una relación que convulsionó a Inglaterra. Que un noble inglés se rindiera a una bailaora española de origen humilde no tenía buena prensa. Su vida la inmortalizó en un libro su nieta Vita Sackville-West, célebre por sus apasionados idilios con las mujeres. Mantuvo una gran amistad con la escritora Virginia Woolf, quien se inspiró en las vivencias de Vita para su obra ‘Orlando’. Dicen, incluso, que el personaje de Rosina Pepita es un guiño a la bailaora malagueña.
Málaga, como reflexiona Rojo, ha destacado «por tener las bailaoras y cantaoras más guapas». Y María Ruiz ‘La Bonita’ es otra prueba. «Según las viejas crónicas, hasta las mujeres la piropeaban y se volvían para mirarla cuando paseaba por la calle Larios», señala el flamencólogo. A finales del XIX triunfó en París, llenando teatros y siendo requerida para las fiestas más selectas;un éxito que después le abriría las puertas de Europa.
El baile era entonces dominio femenino, tan solo un hombre, El Duende, se cuela en la lista de bailaores destacados del XIX. Avanzando algo más en el tiempo, a principios del XX, nacería en el corralón de la Higuera de la calle Los Negros una de las bailaoras más populares: La Paula. Menuda, morena y con un pañuelo azul al cuello, se convirtió en un personaje de la ciudad, de la que nunca quiso marcharse. «Siempre he sido muy madrera, y por no dejar a la mía no he llegado a ninguna parte», decía.
Repartía su arte por La Gran Taberna Gitana, el Pasaje de Chinitas y la Peña Juan Breva. Y, en sus últimos años, por la calle para ganarse algunas gordas de más. La ingresaron en el psiquiátrico del Hospital Civil Provincial San Juan de Dios, donde murió en 1978. Su amigo Miguel de los Reyes le dedicó entonces la copla ‘La Paula’, y su característico pañuelo se quedó para siempre en la Peña Juan Breva. «La conocía todo el mundo en Málaga, pero aún es un personaje por descubrir», añade Roji. Para La Lupi rendirle un homenaje es su «asignatura pendiente». «Por eso mi próximo espectáculo con dramaturgia irá sobre ella», afirma.
Eran bailaoras por naturaleza. Sus maestras eran las vecinas, las amigas o los familiares con los que compartían corralón o calle. Hasta mediados del XX no proliferarían las escuelas privadas, pero ya 1896 funcionaba la Real Academia de Declamación de Narciso Díaz de Escovar, con enseñanzas de música, solfeo y baile. Una de sus alumnas fue, precisamente, Anita Delgado. «Era pionera. Ahora ya hay una academia en cada barrio», señala Roji, que dedica un espacio de la exposición que inaugura en la Diputación a los ‘Maestros y maestras’. Hoy, Málaga es la única ciudad andaluza con estudios superiores de flamenco en el conservatorio.
Entre las profesoras que dejaron huella, Angelita Didier (1902-1986). Hija de una cantaora, debutó con trece años en un teatro madrileño y poco después actuó ante el rey Alfonso XIII. Tras su matrimonio con el músico Salvador de Alva, se dedicó a la docencia. De su escuela, la última en la plaza de la Merced, han salido muchos de los artistas actuales. Hoy sigue sus pasos su nieta Rosi de Alva.
En la actualidad
La gran explosión del baile flamenco en Málaga se vivió en la posguerra, en barrios populosos y gitanos de la ciudad. A la cabeza, Pepito Vargas, otro perchelero de los alrededores de la Casa de las Monjas. «La pureza del flamenco es este señor», afirma Carrete, el ‘Fred Astaire’ gitano y otro personaje ya indiscutible –y muy querido– de la escena nacional. Pepito Vargas, el gitano de ojos claros, conoció a Picasso en París, vivió «seis meses y ocho terremotos» en Japón, apareció en ‘Vacaciones en el mar’, bailó para Ava Gardner y compartió escenarios con Pastora Imperio y Miguel de los Reyes. Es junto a La Cañeta, El Charro y el propio Carrete de los últimos representantes de una generación marcada por el duende y el arte de raíz.
Hoy el baile flamenco «evoluciona por minutos», mantiene La Lupi. La técnica, los giros perfectos del cuerpo, los pasos estudiados ganan a la potencia descontrolada e instintiva de los antiguos. En la nueva hornada flamenca que sale de Málaga los hay que buscan ir un paso más allá, como Rocío Molina, siempre sorprendente. Y quienes buscan volver a los orígenes, como Luisa Palicio, heredera de la escuela de Milagros Mengíbar. Reconoce que a veces se siente «un poco sola» en esa fidelidad a la bata de cola y el baile estilizado de la escuela sevillana. «Pero es lo que me gusta y siento», dice esta esteponera, profesora en la Fundación Cristina Heeren.
Para la joven Carmen González –que agotó entradas en la pasada Bienal–, la clave es aprender de lo antiguo «sin dejar de estar en mi tiempo». Su nombre se une a los de Luisa Chicano, Sergio Aranda, Moisés Navarro, Victoria Artillo, Ramón Martínez, Adrián Santana… En sus pies está el futuro del flamenco