Desde el aire, Málaga parece haber sido diseñada por un avieso bombardero que, en lugar de bombas, hubiera lanzado mediocres edificios.
Los artefactos urbanísticos cayeron, sin orden ni concierto, sobre la iglesia de la Merced, encima del palacio de los Larios de la Alameda, aplastaron el Málaga Cinema, el estruendo se sintió a pocos metros de la iglesia de San Juan, dejaron su bélica huella en una esquina de la plaza de la Constitución, abrieron un enorme socavón, valga la redundancia, en el Hoyo de Esparteros y aunque no alcanzaron la Catedral, por obra de un arma de destrucción hotelera perdimos para siempre la vista de nuestro Templo Mayor.
Y si de ataques aéreos hablamos, justo enfrente de nosotros, en las faldas de Gibralfaro, el tosco bloque que nos contempla se lo debemos a un grupo de militares del Ejército del Aire que, quién lo duda, se pasaron al enemigo.
En cuanto a La Malagueta, el proyecto de un barrio turístico con casas de poca altura fue duramente contestado con urbanísticas bombas de racimo. Hoy, gracias a tan sagaz ofensiva, disfrutamos de una concentración de edificios mayor que la de la isla de Manhattan.
Sin embargo, no todo se perdió. Uno de los pocos espacios de Málaga libres de agresiones urbanísticas es justamente este, donde nos encontramos. El milagro de un horizonte intacto se lo debemos a la Farola, que hoy, 30 de mayo, cumple 204 años.
En grabados, pinturas y viejas fotografías constatamos que, durante más de dos siglos, nos ha deparado sosiego en el paisaje, ha hecho posible que disfrutemos de esa Málaga de nuestros días marinos sin que ningún icono, edificio emblemático o referente nos desgracie las vistas.
La Farola ha sobrevivido a inundaciones y terremotos, a una Guerra Civil y hasta escapó del boom del ladrillo. Pero no debemos bajar la guardia: Por el horizonte asoma un nuevo ‘Enola Gay’, un metafórico bombardero pilotado por políticos malagueños, negacionistas del atentado paisajístico.
Y sin embargo, cuando contra el Dique de Levante dejen caer la llamada ‘Torre del Puerto’, en primer lugar la colisión dejará a oscuras nuestra Farola, la apagará para siempre. Pese a que este desgraciado hecho se quiere camuflar con excusas técnicas, la llegada del ‘misil hotelero’ será el principal motivo de la jubilación forzosa de uno de nuestros símbolos más queridos.
Y junto a este daño irreparable, quedará seriamente herida para los próximos siglos nuestra Bahía, y en especial la imagen del casco antiguo, que tanto nos ha costado recuperar.
Pero esta provinciana hazaña aún se puede evitar. Los negacionistas del Ayuntamiento de Málaga y de la Autoridad Portuaria sólo tienen que prestar oídos a miles de malagueños de todas las ideologías, a las principales instituciones culturales de la ciudad y a la movilización cultural más importante de nuestra Historia urbanística, que ha llevado a que más de 300 personalidades de toda España se opongan de forma rotunda a este ataque paisajístico: Desde el exdirector del ABC, Ignacio Camacho a la Premio Nacional de Ensayo Irene Vallejo; desde la historiadora Elvira Roca al dibujante y arquitecto Peridis. Esto no va de ideologías.
Y si buscan la opinión de expertos, sólo tienen que consultar el informe de impacto visual de la UMA. Cierto que fue realizado sin trucos ni infografías publicitarias pero, a cambio, los cálculos matemáticos han evidenciado que a la Farola le crecerá un desproporcionado guardaespaldas, en el mejor de los casos con la altura del Monte Gibralfaro, y en el peor, con una altura, ahora mismo en tramitación, que superará en unos 20 metros al monte.
Los negacionistas también pueden empaparse del último pronunciamiento de Icomos, de este mismo viernes, en el que, por segunda vez, el organismo internacional que asesora a la Unesco alerta de que el ‘misil hotelero’ provocará un “abrumador impacto paisajístico” y además, perjudicará especialmente a la Farola, pues aparte de apagarla de por vida, quedará encajonada entre La Malagueta y el artefacto catarí.
O pueden escuchar al Colegio de Arquitectos de Málaga que, también en dos ocasiones, ha advertido de la insensatez: El rascacielos, recuerdan los arquitectos, «responde a intereses económicos a corto plazo en detrimento de los valores medioambientales y culturales del entorno».
La modernidad no consiste en emular a un excéntrico emirato, no es moderno volver a los años 70 para prolongar -en suelo público, en suelo de todos- el gran error de La Malagueta ni es propio de una capital cultural seria, avanzada y europea adaptar los planes urbanísticos al primer grupo inversor que promete el oro y el moro.
Los políticos negacionistas tienen que abrir los ojos ante el atentado paisajístico que van a permitir contra su propia ciudad. ¿Ese legado quieren dejar a las futuras generaciones?
Estamos a tiempo de evitar un nuevo, ingente y mediocre Málaga Palacio, esta vez presidiendo nuestra Bahía.
Por un Urbanismo moderno, civilizado y que respete el interés general; por la defensa del paisaje patrimonial de Málaga y por una Farola llena de luz:
No, al rascacielos del Puerto.