Hecha esta introducción, lo que nadie podrá negar es que, aplicando simplemente el sentido común, los acontecimientos a escala global con el asunto del dinero (última epifanía del Señor, según el maestro Agustín García Calvo) tiene mucho que ver con el dichoso afán desmedido de aquellos que tienen el poder de transformar un euro en muchos más para engrosar sus patrimonios mediante procedimientos probablemente legales, pero inmorales a mi entender. No hace falta, creo, ser una lumbrera para percatarse de que resultado del juego, en el fondo, es justamente ése: el colapso por el enriquecimiento desmedido de unos pocos a través de la inversión, especialmente en productos financieros, ¿o no? Hace tiempo un amigo sacerdote próximo a la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) me definió el capitalismo de un modo tan simple que aún recuerdo: “1º) Máximo beneficio; 2º) mínimo gasto y 3º) Caiga quien caiga”. Creí siempre muy acertada su manera de ver la esencia de ese sistema (de esa ideología) que soporta ahora, en versión neoliberal, especialmente nuestras sociedades occidentales.
Me escandalizan quienes desde distintos medios de comunicación vienen demonizando la acción de este gobierno por no dar más facilidades, más beneficios a los insaciables mercados y a los implacables especuladores. Y no seré yo quien lo defienda; pero, precisamente, por lo contrario, esto es, por haberse entregado impúdicamente a los intereses del mercado olvidando que su ideología (por socialista y obrera) es contraria (o debería serlo) a estas prácticas. Sin embargo, no todo lo que hizo el presente gobierno fue nefasto como sostienen nuestros “neocons” (¿en sintonía tal vez con la versión hispánica del “The Tea Party”?). No señor; este gobierno también hizo cosas buenas y ha dignificado y ayudado a mucha gente. Es de justicia reconocerlo, pero nos ha fallado; finalmente ha matado la ilusión y la esperanza, poca o mucha, que pudimos depositar en él y somos de nuevo los trabajadores quienes tenemos que soportar el peso mayor de la carga: las ambiciones, las avaricias desmedidas de los Bernard Madoff“and Company”. Porque en lo tocante a cargas, se acaba el neoliberalismo para los neoliberales, es decir, cuando va mal el negocio dejan de defender el culto a la iniciativa y riesgo individual y se nos convierten en auténticos “socialistas” para la cosa de los no-beneficios, para la cosa de las pérdidas. No quiero ni pensar en una sanidad, una educación o unos servicios públicos en manos de esa gente, de esa ideología.
Está muy bien ir por la vida de aristócrata y despreciar a las “masas”, sobre todo si el bolsillo y una educación exquisita y delicada se lo permite a uno; pero no hay que olvidar que ese estatus sólo es posible cuando se da, simultáneamente, una asimetría social tal que el señor superior (aristócrata significa en griego el mejor) cabalga a hombros del trabajador y éste a pesar de los del “Mira cómo vuelven” tiene un límite (¿no tienen derecho, quienes sustentan con su trabajo un país, a unas merecidas vacaciones?). Llevar a la gente a la desesperación y mofarse de ella por el camino (como lo hace, entre otros, el tal Sostre, el del olor a “ácido úrico” de las mujeres mayores de diecisiete o dieciocho años de Telemadrid), puede tener consecuencias muy graves en el terreno social. De eso sabemos mucho por la historia reciente de nuestro país.
“¡Cuándo se ha visto que un gañán –mozo de labranza- gane cinco duros!”, se lamentaba alterado hace ya algunos años un señorito ecijano ante las mejoras económicas de los hombres del campo en esa localidad sevillana. Sin comentarios.
Fdo.: Antonio Caparrós Vida.