Los más antiguos del lugar casi serían capaces de recitar, una a una, las construcciones que ponían a prueba primero la pericia de los albañiles malagueños, y luego de aquellos que se fueron incorporando de todos los puntos de España… «La del huevo», «la de la gaviota», «la de la cúpula»… enumera cómodamente sentado en una de las mesas de ese segundo hogar en el que ya se ha convertido su peña Manolo Peláez Santiago, que automáticamente va añadiendo anécdotas a todos y cada uno de esos proyectos que alumbraba en compañía de su hermano Demófilo (ambos constructores) y que hicieron del Concurso Nacional de Albañilería de la Peña El Palustre una referencia en el país. Del primero, en 1967, han pasado cincuenta años y la convocatoria aún es reconocida como la más antigua de cuantas se celebran en España y la mejor dotada económicamente (con premios que rozan los 10.000 euros).
Y como unas bodas de oro construidas así, ladrillo a ladrillo, no se celebran todos los días, en la Peña El Palustre están dispuestos a celebrarlas por todo lo alto. Lo harán en septiembre, un mes marcado a fuego en el calendario de este colectivo porque es cuando se celebra ese concurso que les ha dado fama en el gremio. Y además rodeados de los amigos y familias que quedan –más las que se han ido sumando– desde que en aquel mes de julio de 1967 un grupo de profesionales del gremio decidieran constituirse en peña. Corría la feria de Málaga de aquel año, y la fiesta grande de la ciudad aún se celebraba en el Parque. Allí, en la caseta, se pusieron los pilares (y nunca mejor dicho) de un proyecto que ha ido creciendo desde su sede, situada en el corazón de El Palo, y que inmediatamente echó a andar con este concurso nacional de albañilería como piedra angular.
La peña, un «dicho y hecho»
«Éramos un grupo de amigos, teníamos entre 25 y 30 años y nos iba la marcha. En el momento en que lo propusimos fue dicho y hecho», recuerda Manolo Peláez acompañado de algunos que le han acompañado en esta aventura que celebra medio siglo. Sus anécdotas las comparte con Paco Barbero, secretario de la Peña El Palustre; su hijo Demófilo Peláez Postigo, arquitecto y miembro de la comisión organizadora del concurso y María del Carmen Peláez, sobrina de Manolo e hija del fallecido Demófilo, y además la primera mujer que ha asumido las riendas del colectivo como presidenta. Lo hace desde enero, y ejerce su cargo convertida además en ejemplo de lo que ha derivado este heterogéneo grupo con el paso de los años, ya que sus puertas permanecen abiertas más allá del gremio de los albañiles.
La Peña El Palustre es, de hecho, un lugar de reunión imprescindible para cientos de vecinos de El Palo que han dado lustre a su completa agenda de actividades desde que el 29 de diciembre de 1968 la sede en la calle con el mismo nombre abriera sus puertas gracias al esfuerzo colectivo de sus primeros miembros. El espacio ocupaba –y aún lo sigue haciendo– los bajos de un edificio promovido por Demófilo Peláez, y la sufragaron entre todos los socios. «Cada uno aportó 5.000 pesetas de entrada», recuerda Manolo, su hermano. Allí pasaron las cuadrillas cada uno de sus fines de semana durante algo más de siete meses. Quiénes mejor que ellos para dar forma a una sede que en los primeros compases del concurso nacional de albañilería albergaba entre sus pilares a los participantes y que en los años posteriores fue ocupando la calle El Palustre en hileras interminables de cemento, ladrillos y construcciones inimaginables. Así fue hasta que en el año 2006 la convocatoria se trasladó a la plaza del Padre Ciganda, junto a la playa de El Palo.
En este recorrido sentimental por una de las peñas con más solera de Málaga tienen cabida algo más que ladrillos. Es el caso de sus comidas o cenas benéficas: una de las primeras para sufragar, por ejemplo, la primera ambulancia con la que contó el barrio; la última, hace apenas unos días, para ayudar a niños con el síndrome de Rett. Allí construyen entre todos una agenda que tiene otro espacio privilegiado para la tradición, como las tertulias taurinas, los concursos de saetas –que se celebró durante 22 años– o las noches flamencas, que han contado con todos los grandes de la escena local, desde Diana Navarro en sus inicios a Fosforito y cuyas fotografías tapizan, literal, las paredes de la sede.
También anduvo por allí el mismísimo Camarón, «que llevaba una barba como pocas he visto en mi vida», bromea Manolo Peláez, quien añade detalles a la ilustre visita: «Apareció aquí con un socio a las dos de la mañana en la peña. Venían de la peña Juan Breva y los invitamos a tomar algo. En un momento de la noche el acompañante empezó a meterle prisa a Camarón porque tenía una actuación en la Taberna Gitana, que entonces estaba pegada al Cervantes, y lo estaban esperando. Pero José (nombre de pila del cantaor) decía que estaba muy a gusto con nosotros y dejó allí a todo el mundo ‘retratado’». Aquello sí que sería un cante. Como el que quiere dar, aunque en otro sentido, esta gran familia en la que se ha convertido la Peña El Palustre, que ahora mira hacia adelante contando los días para que llegue el 25 de septiembre y su nuevo concurso nacional de albañilería. El del número redondo