Michael Jackson, protagonista del año

Es todo lo que puedo decir: cada vez que he estado con Michael Jackson estaba rodeado de niños. Esa es la verdad. Y quizá sea la clave.

Michael Jackson siempre se quejó de no haber tenido infancia y de que nunca pudo jugar con otros críos. De hecho, cuando le conocí —será imposible que se me olvide en mi vida— llevaba el rostro desencajado, furioso, porque estaba encerrado como un pequeño animal en uno de los viejos camerinos de Televisión Española en Prado del Rey, esperando a que Hugo Stuven les diera la luz verde para actuar en su programa a él y a sus hermanos. Porque la primera vez que estuvo en España vino como el cantante de los Five. Era la primavera de 1978.

Ni me acuerdo de lo que respondió a mis preguntas. Era un chico tímido, reservado y apenas se le podía sacar alguna frase. Yo no fui con él, como decía Joaquín Luqui, a la tienda de Lladró en la Gran Vía madrileña. Me temo que él, tampoco, aunque parece cierto que Jackson gastó una fortuna en figuritas cerámicas. La mayoría de ellas, con niños como protagonistas.

A lo largo de todos estos años, vi a Jackson cuatro o cinco veces más. Nunca pude mantener una conversación real con él. Primero, porque no concedía ninguna entrevista; además, siempre te desarmaba con una sonrisa insondable. Una vez, en el hotel Raphael de Múnich me dijo adiós, mientras me daba la mano enfundada en su sempiterno guante blanco. Iba con tres chicos de unos 12 años a su alrededor, en el día que presentaba al mundo su álbum »History» en la capital bávara. Extraño »Rey del pop». Otra vez, cuando actuó en Málaga, con motivo de la gira »Bad», los empleados de su hotel se extrañaban de que su huésped se pasara todo el día en su suite con dos niños.

– ¿Y qué hacen ahí?

– Jugar.

Ahora, su rancho »Neverland» está cerrado, pero hasta allí fuimos un puñado de privilegiados periodistas de todo el mundo para vivir el nacimiento de »Bad», aquel delicado álbum que sucedía al plusmarquista »Thriller». »Neverland» era una desconcertante mezcla de Disneylandia, zoo y una feria de pueblo, con todas las máquinas que pueden hacer feliz a un niño. Pero los visitantes treintañeros de aquella expedición nos sentimos incómodos.

Pese a todo, siempre me interesó la obra del autodenominado »Rey del pop». Hasta el final. Hasta estos últimos años en los que Jackson ha querido reivindicar su facilidad, su talento como compositor y arreglista. Una manera de autoafirmarse por encima de la sospecha de que el sensacional músico y productor Quincy Jones estaba detrás de los grandes, grandísimos momentos de Michael. Es decir, la trilogía »Off the wall», »Thriller» y »Bad». Tres autenticas joyas del pop.

Hace siete años, Michael Jackson publicó las maquetas de muchos de sus grandes éxitos, las cintas que él mismo había fabricado en el estudio de »Neverland». El documento sirvió para descubrir que, por ejemplo, »Billie Jean» era, por completo, idea suya. El arreglo rítmico, los acordes, la melodía. Quincy Jones sólo le dio vuelo.

Sí. Michael fue un músico privilegiado. Y un bailarín sin par. Fred Astaire no tuvo más remedio que reconocer que le parecía genial su paso »Moonwalker», presentado por Jackson por primera vez durante la gala del 25 cumpleaños de la Tamla Motown.Y como todos los hombres de talento, »Jacko» también hizo enemigos. Paul McCartney lo tenía por enfermo y mentiroso, con cierta rabia.

Cantaron juntos »The girl is mine», aunque la canción se debió llamar »The copyright is mine», porque, pocos años después, Michael Jackson compró los derechos editoriales de todas las canciones de los Beatles, las canciones de Lennon-McCartney. Así se apropió Jackson del 40% de »Yesterday» y compañía. Y todo, porque Paul le dio el buen consejo de invertir en editoriales de canciones, un negocio afín a su profesión. Paul tiene, por ejemplo, los derechos de las canciones de Jimi Hendrix. Paul nunca podrá perdonar esa traición.

En la única ocasión que pude hablar con su ex mujer, Lisa Marie Presley, no me habló mal de Michael Jackson. Incluso me llegó a jurar que Michael era sexualmente normal y que sólo unos pocos meses después de la boda "se volvió raro" y empezó a obsesionarse con los niños. Lisa Marie, cuando hablé con ella, estaba en plena promoción e intentaba demostrar que Nicolas Cage —otro de sus maridos— era un sinvergüenza, como decía la primera canción de su ópera prima musical.

El tiempo ha despojado a Michael Jackson de muchas cosas. Del color de su piel, de su nariz, del talento e, incluso, de su dinero. El Bank of America se ha hecho con la propiedad de la editorial de las canciones de los Beatles. Jackson las tenía hipotecadas. Y otra mitad se las vendió a la Sony cuando empezaron los apuros.

En su fuga hacia adelante, marchó al Emirato de Bahrein. Vivía en un palacio desocupado perteneciente al príncipe Salman ibn Hamed Jalifa, rodeado de sus tres hijos Prince, Paris y Blanket. De los dos primeros se sospecha que no son biológicamente suyos. No tienen ningún rasgo de color. Del tercero, se desconoce quién es la madre.

De hecho, las sombras de la sospecha siempre acompañarán a Jackson, que nunca jamás volverá a »Neverland». Michael Jackson ha dejado de ser Peter Pan. Sólo puedo decir que un amargo dolor recorre todo mi cuerpo. No sé si ha sido un hombre que tuvo una vida o un impostor de sueños, pero sí puedo concluir con que su música siempre será eterna. Su voz cálida, siempre de niño, su inocencia perturbada, una persona que nunca quiso hacerse vieja. El final no es un »thriller» ni siquiera un cuento. Es la muerte del fantástico »Rey del Pop»

Fuente: El Mundo