Desde su abrazo tierno,
fruncido a su pequeña que duerme,
triste y fuerte,
la mujer, la madre
ofrece su sonrisa
y susurra besos de palabras
que calman
y arrullan. . .
a su pequeña en sus brazos
de acero y carne dulce,
en el silencio inabarcable
de ellas dos, queriéndose,
madre e hija,
mientras se esconden las lágrimas,
en la soledad del maltrato,
víctima la mujer, la madre,
de un cariño podrido
y malo,
en la encrucijada valiente,
con el coraje arrebatado
de su madre abrazando
a su pequeña,
mientras lucen frágiles
e invencibles,
la madre y su pequeña
en la oscuridad de su decisión
irreductible,
cuando la madre protege a su pequeña,
tan frágil,
tan de algodón y mirada de fuego
vivo,
mientras se levanta la madre
y besa a su hija menuda. . .
en el silencio de la noche. . .
y se saben fuertes,
bajo el relente aterido del maltrato
que ha herido,
que ha humillado,
. . .
que no ha podido . . .
abrirse paso en medio
del abrazo de la madre a su hija,
aguardando la aurora que se anuncia,
febril y radiante,
mientras asoma, apenas, un mohín
de felicidad acompañada,
mientras se enjuaga la vida
sus penas y sus llagas,. . .
y ya clarea,
a bocados de risas mientras ríen
y se abrazan. . .
la madre y su pequeña, . . .
porque no se han rendido,
porque están juntas
queriéndose,
apretadas las ganas de seguir luchando
por ser ellas,
libres y felices,
ellas, madre e hija,
las dueñas de sus destinos, . . .
olvidado el desamor del maltrato ruin y cobarde,
derrotado.
Madrid 31 enero – 2.015