De luces y de familia reunida, presidiendo la mesa con la inocente cadencia de siempre, de cuando yo corría a pegar mi naricilla infantil en los escaparates fríos que mostraban los colores y los fastos de la navidad.
De luces y cuentos de navidad, con el viejo avaro Scrooge encogiéndonos el corazón hasta compungirlo de emoción y bondad congelada bajo el espíritu de la navidad versión Dickens, año tras año.
De luces y reunión obligada alrededor del calor familiar, de entonces, de cuando nos juntábamos con los abuelos, con la mesa desplegada de manjares sencillos, copiosos y sabrosos, cuando uno era niño y no salía de su asombro y de su inquieta emoción, porque era fiesta, porque era navidad, porque la felicidad parecía imparable, infinita.
De luces y votos secretos para ser mejores, mientras nos deseamos amor y felices fiestas, mientras nos miramos de frente, siquiera un instante, para no sentirnos solos, porque no deseamos volver a vernos solos.
De luces y festejos navideños, de villancicos y abrazos pendientes, de besos y deseos íntimos, en el reencuentro anual de la bonísima navidad.
De luces y “blanca navidad”, con los peces bebiendo agua en los ríos de la ilusión, con la efusión del desenfreno, gotas y lujos, lamé y burbujas de cava para brindar, chin chin, hasta que hagamos ¡hip! y nos riamos sin fin por la ¡feliz navidad!.
De luces y derroche, de luces y descorche, de luces y felicidad a raudales.
Torre del Mar 24 – diciembre – 2.014