El otro día estando tomando un café en el bar de mi barrio, un establecimiento común, y mientras leía el periódico pude observar cómo llegaba una familia normal, de padre, madre e hija de unos seis u ocho añitos, acercándose a la barra para pedir lo que les apeteciera. La pequeña entretanto se movía, se subía y se bajaba del taburete, tiraba del vestido de la madre, de la chaqueta del padre, la niña crecía en ansiedad, seguramente, por saber qué querría pedir, exigir . . . mientras sus papás le preguntaban y ella optaba por decidirse . . .
Al fin la niña pidió “una fanta de naranja”, la niña pegó un par de buchitos al botellín para luego seguir enredando, jugando, rebuscando nada o todo por divertirse, por llamar la atención, entre los taburetes, entrando y saliendo del bar. . .mientras esperaba a que sus padres terminaran la consumición pedida.
Y efectivamente, al poco, abandonaron el local, con la fanta sin terminar, a medias, sin que nadie, “para qué y por qué”, le dijera, por ejemplo que terminara el refresco.
Al cabo. . . nimiedades.
No como cuando uno era niño y sabía que lo que cayera en el plato era lo que habría que comerse hasta dejarlo limpio, porque “todo estaba muy caro”, y tal versería eso también una nimiedad, como cuando se caía el pan al suelo y se recogía rápidamente, se le limpiaba de un revés suave, se le besaba y se le devolvía a la mesa para seguir poder comiéndolo. . . porque . . .el “pan es de dios”.
Y se enseñaba a apreciar “el valor de las cosas”, el valor de que todo costaba mucho conseguirlo. . . como para no saber, efectivamente, apreciarlo, porque era impensable poder tirar, derrochar, no terminar cuanto se hubiese pedido o requerido.
Tal vez eran nimiedades pero uno piensa que siempre era bueno dejar un huequecito para que el valor de las cosas tuviesen su importancia, tal vez, desde que uno solo era un pequeño al que ya se le marcaba el buen ejemplo . . .¿a seguir?.
Madrid julio – 2.015