De niños nos animaban a repetir aquello de "lo importante es participar". Aunque luego corriésemos hasta el resoplido in extremis infantil, o hasta el dolor del flatillo que nos empujaba a desistir casi antes de intentarlo.
En las películas americanas solo tienen valores humanos sobresalientes el protagonista, el ganador al final de cada "edificante" historia.
Dicen las leyendas deportivas que solo queda en la memoria el ganador. Anquetil fue el glorioso ganador de cinco tours, Poulidor solo fue un meritorio segundón. Porque del segundo nadie se acuerda, porque la derrota es huérfana y la victoria tiene tantos padres.
Y además nadie quiere recordar cómo se ganó.
¿Hubiese sido igual de épico y noble, en la pasada carrera de la Copas del mundo de triatlón, que el hermano del desfallecido Jonathan Browlee, sufriendo un golpe de calor, una deshidratación que ponía en peligro su propia vida, se hubiese detenido, hubiera llamado al médico y a las asistencias para que atendieran a su hermano?
¿Hubiese tenido el mismo eco mediático?
¿Nos hubiera parecido tan heroico haber sabido renunciare a la posibilidad de ganar la carrera y el campeonato? . . . siquiera en todos los perdedores del mundo.
¿Tan mal visto está no ganar como sea, con artimañas y trampas, a riesgo de la propia vida . . .?
¿Es que solo vale ganar?
¿Es tan difícil aceptar la derrota?
Y entonces cuando la competitividad es tan extrema que debemos jugarnos la victoria, el éxito . . . a fuer de quedar en el intento, los unos contra los otros, olvidados los otros, glorificado solo el ganador, incluso habiendo tenido que vender, de antemano, nuestra alma al diablo.
Torre del Mar septiembre – 2.016