PALEÑOS QUE DEJARON HUELLAS

FRANCISCO HARO LAGUNA, MAESTRO

Alguna que otra década atrás, a través de un antiguo compañero y por determinada razón cultural,

tuve el placer de cruzar o unir durante un trecho del camino de mi vida, con el de quien indudablemente

por su capacidad humana, deja huella en todo aquel que le conoce. Es un hombre sabio, no sólo por el

tiempo vivido, aunque pronto alcanzará unos magníficos y casi juveniles 89 años, sino por su inteligencia

natural y por su bondad innata, que a nadie deja

indiferente, y quien le llega a conocer nunca permitirá

que abandone el sitio que ha ocupado en su

corazón.

Es maestro, y escribo en presente, porque

aunque hace muchos años ya, que terminara su

relación laboral con la sociedad, el profesor que

siente su vocación, como un ministerio sagrado,

nunca deja de serlo.

Francisco Haro Laguna continua ofreciendo

lecciones magistrales cada nuevo día que el

Supremo Hacedor le concede; su magisterio no ha

finalizado afortunadamente para quienes le conocemos,

porque no es fácil encontrar un maestro

que dé lecciones de vida.

Nadie como él conoce la historia de su lugar

de nacimiento, el Palo, popular y antiguo barrio

marinero, donde al arrullo de las olas abriese

sus ojos un 16 de noviembre del año 21 del pasado

siglo, avalando su sabiduría el tiempo transcurrido

cercano al siglo de vida, casi todo vivido en

él. Curiosa anécdota de causalidad, que no de casualidad

es, que en la actualidad Paco Haro habite uno de los pisos del edificio que se construyera sobre

el solar que ocupara originalmente su casa natal.

La formación escolar del niño Paquito se realizó en varias de las escuelas paleñas donde impartieron

sus enseñanzas profesores como don Ramón Manzanares, que tuvo su colegio en la calle Real; don

Ariosto, que fue profesor en el colegio de los jesuitas; don Vicente Argueda; don Rafael Verdier o don

Gerardo, excelente enseñante de grata memoria para muchos paleños. Aprendió cuanto pudo hasta que

aprobó el ingreso en el Instituto Vicente Espinel (Gaona) de la capital malagueña, para pasar después a

San Estanislao de Kostka en El Palo, que por entonces era un ramal del Instituto de Málaga atendido por

catedráticos del mismo. Este colegio abrió sus puertas a la enseñanza el día dos de octubre de 1882 con

noventa y seis alumnos, alcanzando justa y rápida fama en toda España. Fueron muchos los alumnos importantes

que sus aulas acogieron; me referiré al protagonista de este escrito, nuestro actual y querido

Francisco Haro y a un grande y perdurable del pensamiento filosófico: José Ortega y Gasset, quien definió

su estancia en el colegio de la siguiente forma:” Yo he sido durante seis años emperador dentro de

una gota de luz, en un imperio más azul y esplendoroso que la tierra de los mandarines”.

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Terminado el cuarto año de bachillerato y la reválida, comienza nuestra guerra civil, contratiempo

que obliga a nuestro joven protagonista, Francisco Haro, a abandonar sus expectativas como estudiante,

con el punto de mira en su matriculación para la carrera de magisterio.

Con su incorporación al servicio militar, diez años más tarde, donde comienza la carrera, acudiendo

cada día con permiso de su capitán a las clases de primero. El resto de sus estudios y prácticas, hasta la

obtención del título y la plaza de docente por oposición, lo realizó por libre, trabajando y estudiando a la

vez, hasta tras una reválida sobresaliente, alcanzar el ansiado título y poder dedicarse a lo que finalmente

fue su destino de vida: La enseñanza.

Desde aquel primer maestro de primeras letras de la barriada, don Antonio Rabanal, que tanto esfuerzo

costó a los lugareños conseguir, hasta llegar a los años en que don Francisco Haro alcanzase su

titulación, hubo muchos otros maestros que dieron continuidad en la enseñanza a los habitantes del barrio,

como don Enrique Bueno en el año 1875, cuando la población de esta localidad alcanzaba a los 3500

habitantes. Habiendo sido necesario crear un colegio exclusivamente para niñas, cuya profesora doña Josefa

López Moreno, no alcanzaba en sueldo las

mil pesetas anuales.

En 1899 sería don José Garrido Burgos

quien dirigía la enseñanza de los jóvenes paleños;

ya en los comienzos del siglo XX, en 1902

hay dos nuevos colegios, uno de chicos llamado

San Pedro, dirigido por don Guillermo Carretero,

y otro para chicas denominado la Encarnación, a

cuyo frente se encontraba doña Victoria Jáuregui.

Debido al aumento de población se continuaron

creando más centros de enseñanza, los

que por ahora, dejaremos descansando en los

recuerdos para acercarnos al año 1946, fecha en

que don Francisco Haro, abrió su propio colegio

bajo la advocación de San Pancracio, que según

sus propias palabras: “regenté durante diez años

y conseguí magníficos frutos como lo afirma el

homenaje que me hicieron los antiguos alumnos”.

Sus inquietudes le llevaron a presentarse

a oposiciones, en las que consiguió el número

cuatro, consiguiendo plaza en El Morche, donde

puso al servicio de la escuela nacional toda la

experiencia acumulada de los diez años anteriores. De aquí pasó a Benagalbón, donde recibió varios votos

de gracia por el trabajo desarrollado con los alumnos, pasando después a Riogordo, allí su trabajo educativo

continuó recibiendo los reconocimientos y felicitaciones de la Corporación Municipal y de la Inspección

de 1ª Enseñanza.

No obstante, su mayor anhelo estaba en el regreso a sus orígenes en El Palo, para poder continuar

la enseñanza entre su gente, y volver a tener la calidez de su sol y sus playas para continuar ofreciéndolos

en sus cuadros, porque don Francisco tiene la sensible magia de dar luz, color y belleza con sus pinceles

al unitario blanco del lienzo. De él, tras sus diversas exposiciones los críticos le han elogiado con frases

como ésta que sigue:“ Es un pintor con fluidez en las pinceladas, en las que refleja algo de impresionismo,

una excelente perspectiva y extraordinario colorido”.

Y como bien dice el refrán que hace más quien quiere que quien puede, tras conseguir el número

uno en dos de los cuatro ejercicios que presentaba la prueba de oposición, logró el traslado a la capital,

comenzando en el colegio Vázquez Otero, de El Palo, donde ejerció un buen número de años. Su buen

hacer en la enseñanza no cayó en saco roto, y más tarde fue destinado pero ya como director al Colegio

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Miguel Hernández, en Playa Virginia, para finalizar su vida laboral a los 65 años en el colegio “Valle

Inclán”.

Hablar con este veterano bisabuelo, que formó un hogar con ocho hijos, y al que hoy día le rodea

una familia más amplia tras la llegada de veinte nietos y dos bisnietos, es sobre todo aprender; sus amenas,

vitales y cultas palabras, son tan claras y luminosas como las mañanas malagueñas, llevando a quienes

le escuchan a sentir y compartir la pertenencia de sus recuerdos y vivencias, como propios. Muchas

remembranzas son gratas, otras no tanto, entre estas últimas se encuentra la pérdida de su esposa, que

como bien dice: “soportar la pérdida de mi esposa fue el mayor dolor de mi existencia”.

Perder a la compañera de una vida… Sé lo que fue, y lo que supuso para este hombre de enorme fe

y de fidelidad a sus arraigados principios y creencias, donde siempre ha basado su vivir y en los que se

apoyó para superar tan dramático trance, siempre ayudado por el gran amor que su familia le profesa.

La claridad de sus ideas y pensamientos, nada añejos ni enclaustrados en pasados y en una época

de la vida en que, usualmente no es fácil abrir la mente a nuevas ideas y logros, es admirable. Se dice que

recogemos lo que vamos sembrando a lo largo de nuestro vivir, y en este incansable viajero que conoce

casi todos los caminos de nuestra tierra y muchos de Europa y América, se puede constatar la veracidad

del dicho, ya que ha recolectado innumerables pruebas de cariño de amigos, vecinos, familiares, y cómo

no, de los antiguos alumnos a quienes ayudó a conocer la vida a través de los libros. Éstos fueron precisamente

quienes movieron un emotivo homenaje, con el apoyo y participación de la Asociación de Vecinos

de El Palo, lográndose que el ayuntamiento malagueño en un pleno, acordase concederle su nombre a

una glorieta en la barriada, lo que fue para don Francisco la mayor alegría y satisfacción, que el ser

humano pueda alcanzar. En este acto, recogió como premio el reconocimiento del pueblo malagueño y

sobre todo de los vecinos de El Palo, que en homenaje a su condición de maestro ejemplar le dedican una

glorieta ajardinada, que sobre mosaicos y letras mayúsculas perpetúan su nombre, “Glorieta Maestro

Francisco Haro”.

De nuestro enseñante, se

puede hablar mucho continuadamente,

así como escribir un

sinfín de cuartillas, su larga vida

y conocimientos da lugar a ello,

pero el espacio de este escrito se

va acabando y no deseo que esto

ocurra sin hacer mención a lo

que quizás muchos no sepan,

como es la ardua e impagable

labor que realizó durante varios

años, ayudando y corrigiendo los

escritos que dos antiguos compañeros

preparaban en la idea de

hacer un libro sobre la barriada.

Si mucho fue el esfuerzo de

aquellos amigos, en la búsqueda de información fidedigna que poder ofrecer, mayor fue la callada labor y

el alma puesta en la tarea de aquella causa por don Francisco para que, finalmente y tras muchos esfuerzos

de unos y otros, aquellos escritos tomasen la forma de libro y éste viese la luz en 1995.

Aquel libro tuvo una gran aceptación, de hecho, la Diputación de Málaga realizó una nueva edición

de la obra en el año 2001, perteneciendo el prólogo de ambas a don Francisco Haro, que no consintió

más gloria que la que íntimamente sentía “el pequeño duende” que, a hurtadillas de su legítimo descanso

ayudó buscando dentro y fuera del barrio datos, fotografías, historias y anécdotas durante un largo tiempo

de intensa labor.