los príncipes de la iglesia, tan apegados a las miserias terrenales, desde sus sitiales de poder absoluto, bajo los palios de la impunidad, imbuidos de mitras y tiaras de dignidad impuesta sobre el común devoto y ferviente, a sus expensas, rezando por sus pecados en la doble y triple moral que los indemnice antes de dar cuenta al dios que exponen en la cruz de sus ambiciones imparables, los príncipes de la iglesia, taimados y sutiles, lobos bajo pieles de cordero, melifluos e implacables, poseedores de las verdades que imponen, sobre sus felpudos de moqueta acomodada, desde sus púlpitos, intratables, casta de su casta, ponzoña adobada de modales exquisitos, los príncipe de la iglesia, tan alejados del devenir pobre y auténtico del sufrimiento y la dignidad humanas que huyen del encuentro con el ser humano, si alguna vez lo fueron, con el ser humano que es su hermano, con el ser humano que tropieza y se levanta, se levanta sobre el fango, que se cae una y mil veces . . . para volver a intentarlo . . .sin necesidad de pedir perdón, solamente con la decencia de volver a mirarse a los ojos. . . desde el fango, desde la necesidad y la pobreza, desde la desgracia y la pena, desde la rabia y el coraje, desde la dignidad y el orgullo . . . de saberse invencibles . . . en su propia debilidad, los pobres y mansos que de ellos . . . no será ni el perdón.
Príncipes de la iglesia, maestros de la intriga y el doble lenguaje, cruel y maquiavélico, en defensa de sus posiciones de poder, cortesanos disfrazados, hermanastros del desamor y la envidia, predicadores del mensaje trufado de inexplicables consignas contra el otro que es el hermano más pequeño, más débil, más indefenso . . . desde sus pedestales damasquinados de hierro y oro contras las herejías que inventan para seguir orando, los príncipes de la iglesia, por el mundo, el demonio y la carne de sus complejos y temores, los príncipes de la iglesia a resguardo de sus conjuras y conjuros.
Príncipes de la iglesia reunidos en el cónclave que habrá de iluminarlos, eso dicen, al abrigo de su espíritu santo, a quien invocan para seguir en el poder absoluto de su fe revelada, manejada y administrada, otorgada y racionada, según la soberbia de sus exquisitas eminencias.
Torre del Mar 16 – febrero – 2.013