A la hora señalada, salió el joven y más que emergente cantaor acompañado de sus músicos y una guapa azafata marca de la casa, que no actuaba en el espectáculo pero adornaba la escena.
Tras dedicar el concierto a Moraíto, se arrancó por cantiñas para calentar el ambiente y coger sitio en el escenario. Luego serían dos cantes por tarantos que redondeó con un fandango de Lucena y otro al estilo de Frasquito Yerbabuena interpretado de manera espectacular siguiendo los cánones. En los tientos nos pareció algo inseguro –seguramente por la responsabilidad de cantar en la tierra y en el Festival de Jerez, el más importante del mundo-, pero en la continuación por tangos, que fueron de la Niña de los Peines hasta Extremadura pasando por Málaga, apareció el cante flamenco saleroso. Encaró a continuación el romance cantado a compás de bulerías por soleá. Y sin solución de continuidad se enfrenta a los cantes por soleá, que sin acabar de encontrar el centro resuelve con sabiduría y profesionalidad.
Ya metido en harina, el cante por seguiriyas de Jerez provoca la solemnidad y el silencio emocionado del respetable que se torna júbilo cuando suena la seguiriya de cambio de Manuel Torre. Los fandangos, sin embargo, sirven para demostrar las enormes posibilidades cantaoras de Jesús Méndez. Su atronadora voz remueve las muchas columnas de la bodega –que impiden ver el espectáculo con comodidad y claridad-, pero después de “Ábreme que soy el moreno”, la fiesta por bulerías -¿acaso se puede acabar un concierto flamenco de otra manera en Jerez?- inunda todos los rincones que huelen a vino y llena de alegría los corazones sedientos de emoción del respetable, que puesto en pie aplaude sincero. Sobre todo cuando el cantaor recuerda a Caracol y a Luís de la Pica. Esta vez sí fue profeta en su tierra.