Uno viene observando últimamente, ante reuniones en grupo de distintas personas, por las razones que fueran, para pegar la hebra, para celebrar un encuentro, un aniversario, una onomástica, o simplemente para y por dejar pasar el tiempo, entretenido el personal, estando pues a gusto y en distendida compañía, uno observa, repito, que siempre hay alguien que, alejado del interés común del grupo, de la reunión, de la conversación, se aplica sobre su móvil, su i pad o cómo demonios se llame, enfrascado sobre su diminuta pantalla, tecleando o así, en un alarde de mala educación que uno creería incontestable, sin enmendar su actitud hasta que se suponga que ha logrado su objetivo.
Y curiosamente, cuando ese componente de la reunión intenta volver a conectar con aquella, hay otro miembro que toma su relevo, que desconecta asimismo, frente a su móvil recién sacado del bolsillo o del bolso, para volver a enfrascarse en no sé que menesteres muy particulares, y la mala educación vuelve a sobrevolar o a pasar desapercibida o ¡qué sabe nadie!.
Esta mañana yendo tempranito a por el periódico, esa antigualla que aún se vende en quioscos al uso, uno ha coincidido con su quiosquera, naturalmente, una abuela que a trancas y barrancas regenta su tabuco, y con su nietito, un mocoso de 3 a 4 años que, por lo visto se le han encasquetado a la buena mujer.
Y mientras cogía y pagaba mi diario he podido escuchar al pequeño charrán, que pedía y pedía, exigía y exigía “su móvil”, para llamar a sus amiguitos,, cuando aún no eran más de las 8,30 de la mañana.
Mientras la abuela negaba esa posibilidad y el rapaz insistía e insistía.
“¡Vamos ya abuela, dame el móvil!”. . . cada vez de modo más imperativo. “¡Vale ya, abuela, dame de una vez el móvil!”.
A mí se me ha ocurrido hacer un breve comentario sobre las exigencias del nieto y sus modos, y el pequeño me ha regalado una mirada, con la que “me perdonaba la vida” y es que ¡qué sabe nadie!.
Hoy, más que ayer, y con el Consejo de ministro convocado para la semana que viene, parece que la sensibilidad de nuestros dirigentes ha sufrido cierta alferecía que les permita presentarse con una mayor dosis de empatía, hacia “la crisis de los refugiados”, ahora que parece que se les ha echado encima.
Y uno piensa que la guerra de Siria empezó hace más de cuatro años. Que en un principio era una rebelión de los sectores más demócratas y progresistas contra la política dictatorial de Asad y sus secuaces.
Y ahora, después de cuatro años de sangría, de destrucción, la guerra ha derivado en un enfrentamiento entre las fuerzas leales al régimen y el yihadismo que se ha hecho fuerte, dejando a la población civil en medio, sin hogares, víctima de las atrocidades más crueles, sin futuro, sin presente . . . la misma población que forma el grosor de los millones de refugiados que ya no saben donde escapar, que sufren la xenofobia de “los buenos patriotas europeos”, y ¿algo habrá que hacer?, que eso estarán pensando los líderes que ya no saben donde meterse.
Y siempre, hoy más que ayer, es tarde, demasiado tarde para evitar tamaña carnicería, la huida de las víctimas que son miradas con incuestionable incomodidad por tantos y tantos dirigentes políticos.
Y es que de nuevo ¡ qué sabe nadie!.
Ahora resulta que Artur Más y su partido son los apestados, y tal vez con mucha razón, señalados por “los sepulcros blanqueados”, los mismos que fueron “tan sensatos, tan colaboradores, tan afines por la estabilidad del país, fuera el que fuera”, antaño cuando CIU era tan querida por el PP y el PSOE, tan en comandilla, tan a “pachas”, cuando ya sabían todos los del 3%, y ahora se llaman todos a nuevas, cuando resulta que la corrupción ha emponzoñado durante tanto tiempo y sobre gran parte del cuerpo social de nuestra patria que . . . “hace aguas”.
Y así ¡qué sabe nadie!.
Torre del Mar septiembre – 2.015