Como para evitar aquello tan viejo y casposo de "no significarse", de no salirse del sendero, de aceptar la ley del embudo, lo de "los pobres y ricos" que siempre "ha habido y habrá".
Sobreseída pues la desigualdad como un mal menor si no se incomoda más de la cuenta a los "señoritos Iván", señores y amos, dueños de "haciendas y vidas", de nuevo y por siempre, contra "las milanas" que vuelen a su aire de apechuguemos a diario, aceptando la cotidianidad de la rendición sometida, dando por bueno que aún flotamos sobre las procelosas miasmas que nos van atenazando.
Sin "salirnos del tiesto", tan sumisos y serviles, al servicio en consecuencia de la doctrina confeccionada por los poderosos de la tierra, "en comunicación directa con el dios de turno", para decirnos qué es lo que toca aceptar como intocable y como inatacable.
Mientras callamos y rendimos pleitesía, abogando por "una libertad" tronchada y capada que defienda solo los intereses de nuestros amos y señores.
En tanto se vuelve a la atonía moral que nos permita comulgar las ruedas de molino que nos vayan recetando a diario. En plena agonía de los pueblos que defienden el discurso dominante, contra los enemigos de clase y de fe, ¡malditos sean! . . . los muertos de hambre que vengan a disputarnos las migajas.
Mientras sentimos que la modorra es un estado de ser y de vivir complaciente para nuestros poderosos referentes, ¡tan buenos, tan dóciles, tan aprovechables . . . ! por una casta que continúa esquilmando a sus servidores, mansos y acobardados, enhebrando la trama que defienda a los suyos y abandone a su suerte a los ciudadanos súbditos que aceptan ¿de buen grado? . . . el acabose de una civilización que agoniza.
Torre del Mar marzo – 2.017