R U T H Y J O S É

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En medio de la maldad más atroz, como coartada o excusa inaceptables, los rostros inmaculados, llenos de vida, de dos niños en el albor inmaculado de sus incipientes existencias.
Como para que no tengamos que lamentar su pérdida de por vida, maldiciendo el horror y la injusticia malsana y dañina de su sonrisa petrificada, arrasada, arrancada y destrozada en un fotografía que envejece demasiado aprisa, en un mal gigantesco e incalificable que no tiene perdón ni comprensión alguna.
Cuando es su mirada la acusación principal y su sonrisa la pena que ya no nos debe abandonar jamás, porque . . . no somos inocentes.
Cuando, a diario, segundo a segundo, fotograma a fotograma, historia a historia, documental a documental . . . van inoculándose nuestros miserables corazones de la imprescindible insensibilidad, con culpables directos y cómplices necesarios, con la cobardía enseñoreando nuestra egoísta sordera y ceguera, para pasar de y por alto la inhumanidad de la masacre constante, vil y carnicera, el daño constante, inapreciable, letal, sobre los más pequeños, desde el escándalo sibilino y cruel hasta el bombardeo selectivo e inhumano, como para que sigan corriendo lágrimas de sal y sangre de los ojos infantiles que. . . ya no volverán a sonreír jamás. . . para que nosotros. . . podamos olvidar con tanta facilidad como disimulamos ofendidos e indignados.
Mientras Ruth y José continúan mirándonos de frente, desde un pasquín ajado,  y el horror se enquista y sobrelleva como un mal que pasará . . . desgraciadamente.
Y volveremos a utilizar a nuestros hijos de parapeto y arma arrojadiza, corriendo a ocuparles para que no molesten más de lo soportable. Y volveremos a obviar su desamparo para atender primero nuestros complejos y frustraciones, y nos apresuraremos a engalanar nuestros egos en sus caritas sorprendidas, y taparemos sus vergüenzas desatendidas en aras de la supervivencia imprescindible . . . ¿del género humano? . . . cuando solo somos alimañas acobardadas, en nuestras seguras madrigueras, hasta que pase el espanto que tanto nos perturba.
 
                                                            Torre del Mar 27 – marzo – 2.012