Le preguntaban al insigne historiador si en el lugar indicado existió alguna vez un cementerio, convento, o capilla religiosa, con cuya respuesta, caso de haber sido positiva, posiblemente se hubiese cerrado la investigación.
Sin embargo no he podido encontrar en los archivos la contestación que debió hacer don Narciso, por lo que de alguna manera, como indica el dicho: “se queda uno con la miel en los labios” y sin ese conocimiento. No obstante, podemos hacer nuestras propias conjeturas con los datos que nos ofrecen la historia, e imaginar cual pudo ser su réplica.
En El Palo hubo dos huertas que pertenecieron a órdenes religiosas, una fue la Huerta de la Victoria o de San Antonio, y otra, la Huerta de San Agustín, ambas posiblemente concedida por los repartidores de Málaga tras su conquista por los Reyes Católicos, ya que estas órdenes religiosas fueron sus primeros propietarios.
Las órdenes religiosas daban sepultura a sus clérigos y a los feligreses en lugares cercanos a sus capillas e iglesias, o en el interior de las mismas; pero habría que desechar que los huesos aparecidos hubiesen pertenecido a algunos de los miembros de las ordenes que tenían huertas en el Palo, ya que no hay constancia de que tuviesen lugar de culto en el lugar, y tampoco las huertas estaban situadas en el sitio que indica la notificación.
Es necesario dar un amplio salto en el tiempo y trasladarse hasta el 25 de septiembre de 1865, fecha en que se encuentra una documentación que indica que los hermanos Manuel y Gaspar Román Soler, en representación de los vecinos, acompañaron a José Díaz Arjona, Alcalde Pedáneo de la barriada, para trasmitir al Alcalde de la ciudad, Eduardo García Asencio, la propuesta de construir un nuevo cementerio, ya que la dependencia que se estaba utilizando desde el año 1823 había quedado insuficiente. Sobre todo por las últimas epidemias de cólera de los años 1855 y 1860, que provocaron la muerte de 149 y 110 vecinos respectivamente.
Por entonces el barrio tenía una población de 1.765 vecinos, cuyas viviendas se distribuían por catorce calles, de las cuales la Real era la más importante, albergando a 284 vecinos, seguida por la calle Málaga con 226, perteneciendo jurídicamente al Juzgado de la Alameda.
Así que, la interrogante es: ¿dónde estaba el lugar que se había quedado pequeño para que los paleños enterrasen a sus difuntos?
El deseo de la gente del pueblo era asegurar la salvación eterna siendo acogidos tras la muerte en lugares sagrados cercanos a las catedrales, monasterios o iglesias, pero en El Palo no existía nada de esto, ya que hasta 1829, los paleños no darían inicio a un largo proceso como fue la erección de la parroquia de las Angustias, que tardaría sesenta y cuatro años y cuarenta y nueve días en finalizarse.
El lugar donde los cristianos paleños se reunían para dar culto a Dios era en una capilla perteneciente a un vecino del barrio, que se titulaba de Nuestra Señora de El Rosario por ofrecer culto en ella a una Virgen del mismo nombre, donde solo se oficiaba misa los domingos y fiestas de guardar, que por su tamaño a pocas personas daba cabida, y estaba asistida ocasionalmente por un teniente cura perteneciente a la iglesia del Sagrario, de la que dependía espiritualmente la población paleña.
Sobre la existencia de esta Capilla no hay dudas, ya que hay documentación sobre ella en el relato sobre “la posición topográfica de la barriada y demás circunstancias”, que fue realizado en 1849, y estaba situada casi en las lindes de los terrenos donde años más tarde se construiría el colegio de San Estanislao, y prácticamente frente a ella la huerta de Benítez, donde se construiría la Avda. de la Estación, el lugar donde en 1923 aparecieron los restos humanos.
Al no existir en el barrio por entonces nada más que dicha capilla, y lo usual era enterrar a los difuntos lo más cercano a los lugares sagrados o incluso en su interior, el documento del juzgado nos da lugar a creer que, el pequeño cementerio que acogía a los paleños que habían dejado la vida física, estaba en la propia Avda. de la Estación o en sus aledaños, terrenos pertenecientes a la huerta reseñada.
Pero tengan la amabilidad de verlo solo como una suposición, porque mientras no se tenga la documentación que lo avale, o el testimonio de quien lo hubiese vivido, todo lo que se escriba o diga, solo son conjeturas.
José Antonio Barberá