Resulta que Paco era humano

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El genio que salió del mar se ha ido a morir al mar, pero a miles de kilómetros de la Isla Verde. Volverá metido en una caja para ser enterrado al lado de sus padres, de su familia. Y ahora, ¿qué? ¿Resistirá el flamenco este zarpazo animal, la muerte del más grande? ¿Se resentirá un arte que en pocos años ha perdido a dos pilares fundamentales de lo jondo, como son Morente y Paco de Lucía? Sin duda. El flamenco es un arte que está hecho de dolor, que viene del dolor, que llora a sus muertos hasta por bulerías, palo festivo por excelencia. Y no digamos por seguiriyas, que es el cante de los muertos y de las enlutadas plañideras andaluzas con velos negros y el pájaro de la pena posado en sus rostros.

Los flamencos están hechos a las lágrimas, que hoy aumentan el nivel del mar de Cádiz y también del mar de Cancún. Se ha muerto el más grande y no solo de la guitarra, sino del flamenco. Pero si aún se recuerda a aquellos genios anónimos que cantaban en tabancos y circos ambulantes, del XIX, ¿hasta cuándo se recordará al genio de Algeciras, que cambió el flamenco y lo revolucionó a finales de los sesenta, primero acompañando a Camarón y luego como concertista?

Es tan grande la obra de Paco de Lucía y ha sido y es tan fundamental que pasarán siglos para que se vaya de nuestra piel este escalofrío de hoy. Gitanos, payos, japoneses, chinos, rusos, alemanes, belgas, andorranos, catalanes, vascos y andaluces lloran su muerte con un desconsuelo hasta ahora desconocido en la historia de la música flamenca. No es para menos: se nos ha ido no solo un genio del flamenco, sino el hombre que hizo importante al flamenco cuando aún tenía las virutas de lo folklórico y los artistas se seguían buscando la vida en ventas y tabancos o tablaos para turistas.

No fue el primer genio de la guitarra, pero sí el que le dio la última mano de barniz a esa caja de resonancias, al pozo con viento, en vez de agua, que decía Gerardo Diego. ¡Qué grande era Paco de Lucía! Todos los Paco de Lucía, el que acompañaba a Camarón y también el que se quedaba solo en el escenario, en los teatros de todo el mundo. El que disfrutaba tocándole en el Maestranza al Carpetilla y el que maravilló a músicos y amantes de la música de los cinco continentes. Se ha ido joven y reconocido, rico y también querido por el pueblo. Y con alguna espinita clavada, seguro, porque aunque por su envergadura artística no lo pareciera, Paco era un ser humano sensible y sencillo. Era Dios, el dios del flamenco, pero con los pies siempre en la tierra.

Los guitarristas están destrozados, desde Manolo Sanlúcar hasta el Niño Josele o Vicente Amigo, su compadre. A los cantaores no les sale la voz, y el baile ha dejado de zapatear. De repente se ha hecho de noche en el sur de España, que a partir de ahora tendrá que aprender a vivir sin aquel niño de La Portuguesa que quiso ser artista para esconder su timidez detrás de una guitarra. Luego, para hacer del flamenco un arte universal. Si lo es hoy es porque don Francisco Sánchez Gómez lo soñó y quiso hacer el sueño realidad. Vino del agua y se lo llevó el agua. Descanse en paz el genio. Los que seguimos aquí trataremos de llevar lo mejor posible su terrible ausencia, si es que estas ausencias pueden sobrellevarse de alguna manera. Pensábamos que no era humano, que nunca se moriría, pero resulta que lo era