ROCÍO MÁRQUEZ EN LOS CAMPOS MARCHENEROS

Cualquier intento de interpretar los cantes de Marchena conlleva el riesgo de estrellarse o de lograr solo una aceptable copia, pero las copias no valen, aunque en el cante jondo estén a la orden del día. Rocío Márquez lo ha intentado con desigual resultado.

Por una parte, calca su estilo, pero aunque lo pueda parecer, su técnica no es ni mucho menos la del marchenero. Por ejemplo, a la hora de respirar entre tercio y tercio, cuando toma o suelta aire emite unos sonidos que deslucen el cante. No es por falta de capacidad pulmonar, sino por una forma defectuosa de administrar el aire.

Lo deja todo para hacer los remates, buscando a veces un efectismo innecesario, con la técnica del fuelle, pero que cala en los partidarios, sean o no marchenistas. Su espectáculo, basado en el disco, está estructurado en dos partes distintas, siendo la primera la mejor, compuesta por parte del repertorio clásico del genio, cuyas piezas musicales fueron elegidas por el musicólogo y crítico de arte flamenco Faustino Núñez. Granadinas –rara pieza, por cierto–, guajiras cubanas, fandangos naturales, punto cubano con milonga, seguiriyas, tarantas y el famoso Romance a Córdoba.

En todos estos cantes, acompañados a la guitarra por Manuel Herrera y Pepe Habichuela, además de por el prodigioso tres cubano de Raúl Rodríguez, la cantaora demuestra un gran dominio de la voz, con una admirable afinación y esa velocidad marchenera que no es fácil de conseguir sin descomponer la melodía

. La segunda parte fue otra historia muy distinta, desde luego de menos interés para los aficionados al cante más clásico, pero interesante desde el punto de vista de la trasgresión. El propio Marchena fue un gran trasgresor, un revolucionario que cambió muchas cosas, pero cuando interpretaba una malagueña de Chacón o una taranta de Escacena adivinabas en ellas a sus creadores

. En esta segunda parte, con guitarra eléctrica, batería y percusión, Marchena ya no estaba, se había ido. Pedro G. Romero, el productor de esta parte del espectáculo, es especialista en hacer desaparecer esencias de la tradición y en torcer a los artistas flamencos. La colombiana se convirtió en canción –tampoco el Niño de Elche, que le hizo de segunda voz, es el Niño de la Flor– y en todo lo demás, la voz de Rocío quedaba en un segundo plano ante tantos instrumentos.

No es que quiera restar mérito al trabajo de Pedro G. Romero y Rocío. Sencillamente, es que si no veo ahí a Marchena, que es de lo que se trataba, pierde interés. Tiempo habrá de escuchar el disco al completo, donde, al parecer, hay unas soleares y unos fandangos de Huelva geniales. Por lo oído ayer noche, El Niño es solo un interesante acercamiento a la obra de un artista genial. Solo eso