Rocío Molina tiró de recursos inimaginables para completar, y tal vez alargar más de lo debido, su borrachera de vino y luna en las tablas del Central. Reprocharle a la malagueña la hora y cuarenta y cinco minutos que dura el espectáculo sería protagonista de esta crítica a no ser por lo qué precisamente nos brindó en semejante extensión temporal. Rocio Molina tiene tantos recursos y cosas que decir en el baile que debería dosificar para no aturullar. Ahora mismo es un volcán de ideas que regurgitan impacientemente del tálamo a las tablas a traves de hombros, caderas, muñecas, codos, rodillas, pies y lo que estime necesario en el momento oportuno. En ocasiones precipitadamente y con una velocidad vertiginosa, casi sin descanso.
Pero las cualidades de la bailaora distan y mucho de lo que hoy día podemos ver en el panorama actual, sobre todo si a las féminas nos referimos. Que Rocío es la más lista, la descarada, sensual e inquieta de la clase, ya lo he dicho en otras ocasiones, que Rocío tiene un campo por explorar que nos va a asegurar muchos momentos de goce, es indiscutible, que Rocío es, con la edad que tiene, un espejo donde mirarte, es cada vez más determinante. Ahora mismo es la joven promesa del pelotón que además pedalea con un ritmo diferente, nunca visto antes, es la fugada que llegará sola a la meta, mientras las demás siguen encorsadas en repetir lo hastiable. Todo ello no quita que deba mirar desde otra perspectiva la borrachera que cogimos ayer con ella. Borrachera de gestos, de efectismos, de recursos brutales, de unos pies potencialmente exquisitos, de una elegancia arrolladora, pero lo malo es que las borracheras dejan resaca, aunque sean de Château Petrus y eso debe corregirlo Rocío para seguir creciendo sin tropiezos.
Aun así, Rocío crea y ejecuta con una seguridad apabullante, con un carácter que parte copas de cristal con los tacones hasta dejarla hecha añicos. Su fuerza radica en su inteligencia y decisión y así debe continuar, pero tal vez deba salirse un poco para no perder la referencia. Que la luna y el vino no enturbien la fiesta.
Texto: Manuel Sualis.
Fotos: Adam Newby.