LA ROMERIA DE SAN ANTON
Uno de los temas más interesantes e importantes en que la Asociación de Vecinos de El Palo trabajó a lo largo de su casi medio siglo de existencia, fue que la reanudación de la centenaria romería del Monte de San Antón volviese a ser una realidad.
Para ofrecer una idea más clara al amable lector de estas páginas, es conveniente brindar un resumen histórico de esta hacienda de Santa María de Buenavista, lugar donde se iba de romería, más conocida por la de San Antón, recogido de la historia completa, publicada en el libro El Palo, una historia de esperanzas y realidades.
Este Real Monte de San Antón, fue un inmenso predio perteneciente al clero desde 1496, en que el Repartidor Juan Alonso Serrano, lo entregase a unos eremitas, que anhelantes buscadores de su culminación espiritual, solicitaron al bachiller la gracia de su donación para fundar “un desierto” donde retirarse a sus cuevas y convertirlas en celdas para realizar vida contemplativa.
El retiro-heredad de aquellos primeros ermitaños, fue a lo largo de los años muy deseado y habitado por otras comunidades religiosas, hasta que fue entregado a la Congregación de San Felipe Neri por real cédula de 15 de julio de 1756, hasta la desamortización realizada por el Gobierno de Juan Álvarez Mendizábal, que ordenaba la supresión de las órdenes religiosas en octubre de 1835. Estas medidas afectaron a la Hacienda de San Antón, donde se llevó a cabo un inventario para la incautación y supresión de la congregación de San Felipe Neri. Y por vez primera desde la anexión de Málaga a la Corona de Castilla, la ermita y sus terrenos dejaron de pertenecer a la Iglesia, pasando a ser propiedad definitiva del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Málaga, y luego, de acuerdo con la ley de 1º de mayo de 1845, directamente del Estado, cuya Comisión Provincial Delegada, encargada de su venta, decidió dividirla en suertes o trozos para su más fácil y ventajosa venta, terminándose de concertar la división de la finca en cinco porciones el 29 de junio de 1860, perteneciendo a diferentes dueños hasta el año 1964 en que fue adquirida por un grupo de accionistas, que la habían comprado con el fin de parcelarla y venderla como unidades individuales, con excepción de la casa solariega donde se encuentra la ermita, que había sido vendida separadamente con anterioridad.
La Romería pudo haber tenido sus comienzos a partir de 1756, año en que la Congregación de los Filipenses se hizo cargo de la ermita y colocasen una talla de San Antón en ella. Por entonces, la población paleña era muy reducida, y debía ser un gran día para todo el barrio llevar los animales para su bendición, aunque no fácil ni cómoda la subida por un camino solo de herraduras y para caminantes al ser terrizo, lleno de piedras, arbustos y matorrales, pero que no dejaría de ser alegre y animada por los cantos de los romeros, a cuyo paso iban quedando atrás las hierbas efímeras, atractivas por sus colores y delicadeza, como los lirios, diversas especies de orquídeas, amapolas, clavellina malacitana y centaureas, que junto a otras flores creaban un bello tapiz multicolor por el camino anunciando la anticipada primavera que Málaga vive en el mes de enero.
Gozosos y alegres por haber llegado a la ermita, tras la bendición de sus animales, los rezos, tocaba “pelar la pezuña” expresión que por entonces se daba a almorzar o merendar en el campo, para al atardecer bajar con el corazón alegre, los animales bendecidos, y ramos de tomillo y romero como recuerdo de tan campestre día.
Esta tradición, tras la desamortización y la desaparición de la última de las órdenes religiosas que habían ocupado el lugar, sufrió un largo periodo de olvido, y aunque es difícil determinar la fecha en que nuevamente se comenzó a subir, según los comentarios de algunas personas nacidas en el primer cuarto del siglo pasado, se cree que fue sobre 1910 cuando el monte volvió a ver recorrido su camino hacia la ermita, aunque ya sin animales para bendecir, solo por el grato placer de mantener la tradición y disfrutar de un día de alegre romería.
Pura Barranco, en 1982, se refería a Cándida Carmona Jerez, de 87 años como una anciana que aún conserva rasgos bellísimos en su fisonomía, y que alegre y vivaracha bailaba los otros días por verdiales en San Antón, igual que en sus años mozos, le contaba con el gracejo de habla habitual en personas de su edad, que: Antiguamente, cuando yo era joven, empezábamos a preparar todo lo de San Antón antes de la fecha. Entonces, Juana
“la Fresca”, que vivía en el Altozano, y que era madre de “los Cachuchos”, iba recogiendo de las muchachas del barrio dinero para la olla de San Antón.
Cuando llegaba el día, se compraban cabezas de cabra, se sancochaban y se les quitaba la carne. Después se compraban papas menúas y chícharos, y se hacía un guiso en una olla grande, llenita hasta lo alto, para comer un pilón de familias, y también llevábamos una damajuana de vino.
Gracias a ella, hemos conocido que el camino para subir al monte en aquellos años era por las cuevas y por el olivar. Después estaba la Casa Grande y por un caminillo recto se salía a la casita que había a la entrada, allí vivía María, “la de San Antón”.
A la pregunta de Pura de si le hacían promesas a San Antón, la anciana le contestó: Claro que sí, cuando ocurría una desgracia, se hacía una promesa y se le llevaba a San Antón un cuarterón de aceite o lo que fuera.
En la conversación, Cándida, hizo referencia al año, que debió ser sobre la mediación de los años sesenta, en que no les permitieron el paso al monte, de la siguiente manera:
Mira, yo me acuerdo que hace unos catorce años iba yo con mi nieto en brazos y con mi familia. Y un día, inesperadamente, nos sorprendió un guarda diciéndonos que allí no se podía subir porque aquel cerro era privado. A raíz de aquello la gente no subía. Después de llevar tantos años subiendo, se perdió aquello que era tan bonito.”
Lo narrado anteriormente ocurrió cuando la finca fue comprada para convertirse en urbanización privada, ya que se prohibió el acceso al monte, circunstancias que hicieron desaparecer la romería nuevamente. Casi dos décadas más tarde, en 1980, la Asociación de Vecinos de El Palo, recogiendo el sentir popular, reclamó que pudiese volver a celebrarse la Romería, denunciando que la
urbanización construida era ilegal al incumplir la Ley del Suelo, que establecía que las calles deben ser públicas y que para urbanizar hay que ceder espacios públicos.
Un año más tarde, en enero de 1981, fue cuando se iniciaron unas laboriosas negociaciones entre el Ayuntamiento, Comunidad de Propietarios de la Urbanización, la promotora y la Asociación de Vecinos de El Palo, para lograr un acuerdo que, mientras llegaba, y gracias al buen hacer de la AAVV, que había comenzado a finales de 1978 una campaña reivindicativa de zonas de esparcimientos, se permitía en 1981 a los paleños que pudiesen volver a subir en romería a San Antón, mientras en el despacho de la alcaldía de Málaga se continuaban las negociaciones, que finalizarían trece meses más tarde.
A partir de esa fecha, con un monte de propiedad pública, el barrio se volcó en su romería, que al no poderse celebrar usualmente en su día por causas laborales, se traslada cada año al fin de semana más cercano a la festividad de San Antón.
La Asociación de Vecinos de El Palo, organizadora del acontecimiento continuista de la subida a San Antón, aquel año de 1982, citó a los vecinos a las diez de la mañana en Las Cuatro Esquinas, mientras que se realizaba un alegre pasacalle del grupo Acuario, con gigantes y cabezudos por las calles del barrio, para a las once, tras el lanzamiento del cohete, iniciar la subida al monte, habiéndose dispuesto un microbús para los mayores e imposibilitados.
Desde allí, familias enteras con los almuerzos preparados, caballistas, y carros engalanados, jóvenes y mayores salieron para una larga subida a pie en un día de encuentros y festejos, pasando y dejando atrás en su camino la casa solariega de la ermita, ya cerrada al público y a los actos religiosos. Más de nueve mil personas llegaron a reunirse en la explanada del monte, donde los alegres sones verdialeros de las cuatro pandas de verdiales: la de Jarazmín, la Mosca, El Palo y la de San Antón, alegraban el oloroso ambiente de las plantas existentes en el lugar y del humo de las retamas que ardían para preparar las múltiples paellas.
Aquel ambiente bulliciosamente aromático, deleitado por los obligados tragos de vino que, además de saber mejor en tan paradisiaco lugar, ayudaba a desinhibirse para los cantes, bailes, y para participar en el amplio programa de actuaciones y diversiones, como fue la carrera de cintas, el
concurso de domas, juegos infantiles, además de ofrecer gratis refrescos y vino para todo el que lo deseó.
Al atardecer con la fiesta acabada y la desgana que provoca decir: “¡hasta el año próximo!”, los andariegos bajaban pisando la tierra aún húmeda por las últimas lluvias, con la alegría de haber pasado un día inolvidable y la esperanza de nuevas romerías en los años siguientes. Siendo la palabra más escuchas la de “¡esto se tiene que repetir!”.
Y así fue, la Asociación de Vecinos, continuó durante varios años organizando la tradicional subida al monte de San Antón hasta que, con acertado criterio para dar mayor protección al monte, su fauna y flora, se decidió trasladarla a otro bello lugar: el Lagarillo Blanco, donde cada año se repite el singular festejo de homenajear a San Antón sin procesionar su imagen.
El Palo, 13 de enero de 2025 Autores:
José Antonio Barberá Fdez. y Antonio Rodríguez Carmona “Falele”.