S O C I A L M E N T E A D M I T I D A

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El otro día, vencidas las dos de la tarde, estando yo tomando mi aperitivo en el bar de mi barrio, una cervecita sin alcohol con su tapa correspondiente, pude asistir a un espectáculo bochornoso y repelente, cuando se acercó a la concurrencia un convecino del barrio, grandullón, barrigón, basto, torpe y completamente borracho, “ciego” como comentaron algunos que le conocían, . . . incapaz de mantenerse en pie de manera medio aceptable, vacilante, con los ojos semicerrados, balbuciendo palabras . . . y uno se sintió incómodo, y sintió, sencillamente, asco ante tal espectáculo callejero.

                                                El tipo se fue pronto porque, literalmente, no se tenía de pie, y uno se imaginó que llegaría a casa en esas condiciones, presentándose de tal guisa ante su mujer, sus hijos, su familia . . . y uno lamenta que ese individuo no recibirá ningún rechazo social.

                                                A diario, a la hora del desayuno, veo con cierta frecuencia cómo bastantes parroquianos se acodan en la barra del bar y apuran de un trago “las copichuelas de aguardiente, anís, sol y sombra, coñac. .  .” que ¿les pongan en marcha?, aunque estoy seguro de una cosa, de que quien se bebe su copa en el bar a las ocho de la mañana no es la primera sino más bien la segunda o la tercera . .  .porque se empieza en casa, o mejor no se termina, porque ya se continúa a lo largo del día.

                                                Y tales tipos, alcohólicos sin paliativos, tampoco sienten el menor rechazo por su afición manifiesta y expuesta día a día en el bar de sus “desayunos” alcohólicos, aunque lleguen al final del día “borrachos perdidos”.

                                                Recuerdo a un tío mío que dormía con la botella de Soberano en la mesilla, que además se la debía colocar allí su mujer, mi tía, la cual nos dijo, tras haberse quedado viuda que . . . “no sabíamos del infierno que había sido su vida”. Y es que nunca había contado nada, y mi tío repetía y repetía la jugada hasta el hastío de . . . tener que aguantarlo.

                                                Me impresionó negativamente que un juez del Tribunal Constitucional fuera pillado “conduciendo una moto, sin casco y ebrio”, y que salvo la sanción correspondiente a su conducción en estado no reglamentario, no haya sufrido ningún rechazo social, siguiendo ejerciendo de juez como si no hubiera hecho nada excesivamente negativo.

                                                Y semanalmente la inmensa mayoría de los jóvenes y no tan jóvenes cuando tienen algo que celebrar su recurso al alcohol es prioritario, porque “anima mucho” y además “está bien visto”, o eso dicen y están seguros de que esa es la derecha.

                                                Y siempre cuando tengamos que lamentarlo ya será demasiado tarde.

                                                Recuerdo que mi padre llegó un día a casa, tras una boda a la que asistimos la familia entera, algo “achispado”, y recuerdo que la bronca que escuché, la que mi madre le echó a mi padre, encerrados en su habitación, fue monumental.

                                                Y eso que mi padre solo bebía un vasito de vino del año, el del terreno, por pascuas a ramos, para acompañar la comida . . .

                                                Y también recuerdo que cada vez que mi madre escuchaba hablar “maravillas” del vino y sus excelencias, ella, con mucha sorna, declaraba aquello de “¡Ya están hablando del elixir de la vida!”. . . y se quedaba tan ancha . . . porque a ella no se la daban, . . . aunque sí es verdad que una vez salió algo “afectada” porque se tomó “su sorbete de limón y champán y el mío” . . . en una de esas celebraciones “algo traicioneras”.

 

                                                Torre del Mar     agosto – 2.015