Cuando, frente al crepúsculo
inmaculado, de tules de fucsia
y resplandores de limones,
transparente más allá de la línea
azul índigo, azul de agua
mediterránea,
en el confín de tu mirada
eterna, cómplice, Marianne,
como la musa que fuiste
de todos nosotros,
de cuando escuchábamos
las canciones de Leonard,
bohemio y juglar,
tras tus pasos,
tras tu aroma de mujer
y diosa del Egeo,
desde entonces,
de cuando también nos enamoramos
sin remediarlo,
tras la estela solemne de Leonard
queriéndote
hasta no poder dejar de mirarte,
Marianne,
como ahora que ya sueñas
nuestros desvelos,
desde el Olimpo de tu risa
y de tu lloro, al albur de las canciones
que tarareábamos
al rescoldo
de los amores prohibidos,
de nuestros amores soñados,
deseados,
a rebufo de las viejas fotos de
los amantes descalzos,
acariciándose
sin tocarse,
en la orilla de agua transparente
y tranquila,
mientras vuelven a besarse
los amantes . . .
Leonard y Marianne,
hasta quedar exhaustos
de tanto amarse,
de tanto acariciarse,
de tanto mirarse,
mientras el oleaje tibio
de las olas que yacen
muertas,
como tú hoy, Marianne,
apenas mecen la tristeza
de los enamorados
que lo fuimos,
sin dejar,
sin poder . . .
olvidarte . . .
Marianne.
Torre del Mar agosto – 2.016