Probablemente quienes creen ver el sentido de la existencia en el citado libro argumentarán que en la vanguardia de la “avanzada” civilización occidental, EEUU, también se mata y no se provoca tanto ruido. Y llevarán razón quienes así piensen y argumenten. Incluso cabe la posibilidad de que alguien afirme que no son comparables, en cuanto a crueldad se refiere, una y otra forma de muerte, según se produzca en un lugar u otro. Y, en consecuencia, nuestra forma de matar, la occidental, sea “mejor” e incluso “preferible” a formas tan brutales como la lapidación. Es posible.
Como es sabido, la postmodernidad provocó una crisis muy seria en los cimientos de la mentalidad progresista nacida del Renacimiento y desarrollada en la época de la Ilustración, ¿avanzamos realmente después de haber existido Auschwitz? En la postmodernidad continuamos un tanto neutralizados (sobre todo en el ámbito de los valores) por la desorientación propia de un tiempo marcado (¿definitivamente?) por la estela de Nietzsche.
¿Qué hacer con el caso Sakineh Ashtiani?, ¿qué hacer con las ideologías religiosas o no religiosas que matan? De momento, gritar para que no nos quiten lo único que temporal y misteriosamente poseemos: la vida. Luego, si acaso, implorar, exigir que no se la quiten a esa mujer, sea inocente o culpable. Hay o debe de haber otras formas menos definitivas de castigo. Matar es algo demasiado serio para no tomarlo en consideración. Y particularmente cuando se hace en nombre de una ley divina o terrenal.
Fdo.: Antonio Caparrós Vida