SEMANA SANTA

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la de las procesiones y pingües beneficios, antes de que comenzara siquiera a renombrarse, a paso de viacrucis y penitentes, tan vistosos y dramáticos, a la luz de las velas y el relente nocturno y arrebatado, bajo una saeta sentida y ovacionada, en un jipío de cofrades y porteadores, al retumbe de tambores y trompetas, la Semana de las salidas vacacionales a la carrera, que también, a los destinos de moda, puestas en salmuera, del adiós al invierno, aún entre coletazos de airones y celliscas.

                                    Semana Santa de sabor añejo e hispano, por la gracia y el ordeno y mando del poder en plaza, entre casullas y varas de mucho tronío, peineta de nácar y mantón de Manila, cadenas arrastradas por pies descalzos, con mucha solemnidad recreada, . . .y nada por resolver en los vericuetos de la realidad mundana, los milagros en conserva, los lagrimones de emoción retransmitidos y los vivas a la muerte con Cristo crucificado por todo lo alto, en olor y loor de la tradición mohosa y lúgubre, en la fe instalada de la tristeza socorrida del hombre torturado y martirizado, en nombre de ¿los pecados de todos los hombres?, puestas en movimiento las hileras de nazarenos y penitentes, con las playas repletas de risas y desahogos, a la par, con la felicidad constreñida a la mortificación consentida, mientras se ensalza y se disfruta el exceso, siquiera en unos pocos días de asueto, con nada resuelto y la pena por dentro, con la tragedia con nombre y apellidos en minúsculas horadando la invisibilidad de los menos afortunados, con devota y desesperada fe en la Virgen adornada de lujo y oropel, para pasmo de pobres y confesos, mientras se desliza, a su pesar, el aire bruñido de los naranjos en flor, mientras prosigue lenta y solemne la procesión de quienes loan y certifican el poder de su iglesia y su dios,  en la Semana Santa anual que aguarda ya lucir el esplendor debido, entre fastos y ocios, merecidos o no, por la gracia y desparpajo de quienes ansían que como, cada primavera, “un nuevo y pequeño milagro” venga a reencontrarse con una leve sonrisa, mientras se eterniza el quejío de la saeta, a lo lejos, en la calleja tenue de incienso y velorio, mientras se escalofría la piel, al desamparo eterno de “la carne sufriente de un ser humano” que yace al fondo del olvido, al final de la nada, en el desprecio de su impertinente existencia, en el marasmo inocultable de la vergüenza humana. .  .ante sus Dios y su Virgen, de dulce los penitentes que sacan pecho, a pesar de todo.

                                    Torre del Mar 18 – marzo – 2.014