Quizás alguno de ustedes recuerde una estupenda serie británica, Sí, ministro, de los años 80. La comedia narra las aventuras de un ministro inglés de Asuntos Administrativos que, al poco de llegar a su cargo, se da cuenta de que el obstáculo más importante para hacer realidad sus proyectos es su propia camarilla: el secretario permanente y los funcionarios a su cargo que no dejan de ponerle la zancadilla con las trabas burocráticas más absurdas, así que nada sale adelante.
La segunda parte de la serie, con el protagonista ascendido, se titula Sí, primer ministro y sigue el mismo patrón.
Este recuerdo viene a cuento porque la comedia británica parece haber tomado cuerpo en el Balneario del Carmen. Seguramente son miles ya los malagueños que asisten descorazonados al despliegue de ineptitud administrativa que con los Baños del Carmen están exhibiendo las administraciones central, autonómica y local. A estas alturas del cuento, parece claro que su gestión sólo será recordada con sorna y asombro por las generaciones futuras.
También parece claro que si algún día se recupera el Balneario, será a pesar de todos estos cansinos cargos públicos cuyas declaraciones, tiritos dialécticos, réplicas y contrarréplicas, previamente encuadernadas, darían para colapsar todo un ala de la Biblioteca de Alejandría.
Ahora mismo nos encontramos con que al último grupo inversor, con planes para rehabilitar el Balneario sin que haya que destrozarlo con un aparcamientos subterráneo ni zarandajas, no se le reconoce la compra, por defecto administrativo insubsanable.
Contrasta esta rauda actuación de la Junta –aderezada con las puyas de nuestro alcalde, nada cómodo con que su exconcejal más independiente se hiciera con el negocio– con los 25 años de incomprensible abandono en los que los anteriores concesionarios mantuvieron el Balneario. ¿En qué punto concreto de Babia (comarca de León) ha estado todos esos años el Ministerio de Medio Ambiente?
Tampoco con el sainete de los okupas ninguna administración actuó con la rapidez exigible. Más de tres años estuvieron esos benditos, para hartazgo de los vecinos.
Junto con estos empresarios de última hora, que lo primero que hicieron fue reunirse con la plataforma vecinal y exponerle sus planes sin tapujos, el gran perjudicado de esta comedia británica trasplantada a Málaga es Astilleros Nereo, que lleva décadas con continuos problemas administrativos y trabas injustificables para poder sacar adelante su negocio. En lugar de reponer el paseo marítimo que pasaba por delante de los astilleros y por el que hoy pasa una tubería de Emasa (y que bloqueó la rampa de salida de barcos) el paseo marítimo planteado atraviesa por la mitad este último vestigio de la carpintería de ribera de la provincia.
Parafraseando a Winston Churchill, nunca tantos hicieron tan poco por este rincón de Málaga. El secretario permanente del ministro inglés estará frotándose las manos.