Todo en son de paz, muy festivo, con una speaker que a través de los altavoces enardezca aún más a los asistentes que contemplarán, bajo una canícula de justicia y de desmayo probable, las evoluciones, vericuetos, tirabuzones y demás cabriolas de cazas y bombardeos, armas de guerra ¿para la paz?, mostrando su poderío supersónico.
Mientras su ruido se avecina, estalla y se desvanece como la máquina voladora que acaba de surcar muy cerca del suelo en formación, o girando sobre sí misma, atronando, haciendo temblar, “dando susto”. . . al pueblo amigo, al pueblo que no se habrá de . . . bombardear.
Mientras una madre joven escapa con sus dos hijos, de cuatro a seis años, que asustados, se tapan los oídos, cierran los ojos y no quieren oír más las pasadas de los aviones a reacción . . . sin que se perciba su huida callejero, bajo las pasadas atronadoras, mientras uno va, espantado, imaginando la capacidad de esos pájaros de metal para destruir la multitud que los contempla, a sangre y fuego, lo mismo que al caserío que retiembla dando gracias de que no vaya a convertirse en un amasijo de escombros, hormigón y acero, con víctimas destripadas que apenas les haya quedado la posibilidad de reventarse las gargantas de miedo y dolor. . . bajo el bombardeo que pudiera haber acabado, en un santiamén, con tanta festiva exaltación, ¿en nombre de la paz?.
Torre del Mar julio – 2.016