Sin el dinero público nada parece posible. Es la política de la cultura subvencionada, con sus pros y sus contras.

Lo de las instituciones públicas y el flamenco es de hace relativamente poco. Desde luego, no más de medio siglo si entendemos esta relación de manera continuada y más o menos intensa. Aunque, es desde la llegada de la democracia cuando las administraciones públicas ejercen un papel decisivo en el fomento del arte flamenco; de tal modo que, casi todo lo relativo a la estructura industrial y comercial del mismo ha estado mediatizado de una manera u otra por lo público en detrimento de lo privado. Y en esto ha dado igual que el poder estuviera en manos de la izquierda, el centro o la derecha. Si echamos la vista atrás, y nos trasladamos en el tiempo hasta los comienzos del período democrático, recordaremos con meridiana claridad cómo las instituciones públicas apoyaban al arte flamenco –con todas sus variantes y opiniones- de manera decidida y hasta con exceso en algunos casos.Cuando entonces sucedió el nacimiento de eventos de mucha importancia, como fue el caso de la Bienal de Flamenco de Sevilla (1980), que sigue siendo una cita obligada cada dos años para los flamencos en particular y para los amantes de la música en general, de todo el mundo, y lugar de encuentro y exposición de nuevas propuestas escénicas y musicales flamencas. También de aquel tiempo (1984) es la Cumbre Flamenca de Madrid, en el teatro Alcalá Palace. Ambas celebraciones, y otras que quisiéramos nombrar, nacieron con el apoyo tácito de instituciones públicas y privadas –más de las primeras que de las segundas, dicho sea de paso y en honor a la verdad-. Y mientras el celebrado apoyo fue un hecho, el evento en cuestión continuó, con peor o mejor suerte, su andadura; pero cuando el dinero público dejó de manar los flamencos no hemos sabido encontrar otras vías.

 
Sin el dinero público nada parece posible. Es la política de la cultura subvencionada, con sus pros y sus contras. Entre sus ventajas, que la cultura flamenca llega a casi todo el mundo. Por el contrario, ésta está definitivamente controlada por los políticos –sin distinción de sexo ni ideología-, lo cual no es bueno para el flamenco. La consecuencia más inmediata: el dirigismo cultural que conduce a las camarillas de adeptos en nómina y a las listas de excluidos. El efecto a medio plazo, la contaminación obscena y espuria de la libertad. Y con el tiempo, la desaparición definitiva de una incipiente industria del flamenco. Pero, el futuro del cante flamenco es también el futuro de la industria del flamenco: la descapitalización de lo privado nos lleva sin remedio a la servidumbre a  lo público, con la consiguiente elevación de cachés y de  costes que están creando la ficción de que el flamenco vende. Como, también, va a depender el futuro de la falta de ética profesional que conduce a esos montajes falseados y sobredimensionados, o de la irrupción de los nuevos públicos: esos jóvenes que están comprando el primitivismo salvaje de La Paquera de Jerez y el cosmopolitismo amorfo de Las Migas o grupos similares al mismo tiempo. Estos jóvenes están llevando ya al flamenco hacia su nuevo futuro: la globalización. De la adaptación inteligente a ese nuevo estado de las cosas, dependerá la evolución artística e industrial del arte flamenco.