Y la adaptabilidad del ser humano es inmarcesible, absoluta e imaginativa, principalmente cuando no se quiere ver lo obvio, lo evidente.
Tal vez porque nos interesa más que que los relojes no atrasen, aunque el mundo vaya yéndose al carajo.
Y los ciudadanos se tiran a la bartola, ponen en primicia sus intereses muy particulares, muy pequeñitos, a la vez que son sometidos a la servidumbre de quienes saben que la situación está muy mal, aunque vayan creyendo la gente de abajo, la gente de a pie, que después de todo funciona, el autobús funciona, Correos funciona, los grifos sueltan agua, la luz luce si se paga la factura y el diario sigue atendiendo a su particular editorial muy ideologizada.
Y puestos en el brete de decidir, tras haberse ausentado de la actualidad que nos afecta ahora, cada vez que nos convocan a . . . decidir. Entre lo malo y lo peor, porque nada gusta salvo el vencedor o la vencedora, siquiera un rato, antes de volver a defraudarnos, una y mil veces, para que vuelvan a intentarlo, convocando a los mismos que dejaron en sus responsabilidades porque, al cabo, la desconfianza ha hecho estrago, y la decepción terminará por hacer regresar a las oligarquías que lo fueron, lo son y serán tan poderosas.
Y los aliados de la atonía moral no desfallecen, en prime time, echando a los pesebres los derbys de cada siglo cada semana, los programas del hígado rosa enfangándose en la charcutería amoral más infecta, mientras se adormece el personal, huyendo de la cruda e implacable realidad, al servicio del poder jerárquico, financiero, por el valor del dinero, siempre a expensas del dinero acumulado, mientras se nos va aleccionando para que aprendamos a "mirar hacia otro lado", como aconseja el presidente Rajoy, con estilo y descaro, ajenos los poderosos al efecto entre la gente que asimilará el nuevo horror no dándose por enterado.
Porque seguramente estamos aprendiendo a flotar, como el hombre boya con mando en plaza, en medio de la hez.
Aupada la resignación al estado lógico y natural de las cosas, mientras ciframos la felicidad en el grado de deglutación lenta e inexorable, dentro de una sociedad que calla y consiente . . . y "sabe mirar hacia cualquier otro sitio menos al debido", porque más o menos todo seguirá funcionando y no dejará de hacerlo hasta que se anuncie el fin del mundo que conocemos . . . "no en un estallido sino en un suspiro", para que, como de costumbre, ya sea demasiado tarde.
A expensas de la gente que intenta sobrevivir, desde abajo, desde la pura fiereza por sentirse viva, a regañadientes, con sueldos muy baratos, en estado de semiesclavitud, de manera precaria, para mayor honor y gloria de la gente que sustenta a los gobiernos que sabrán prolongar la agonía, tal vez porque ¿no haya otra posibilidad mejor?
Torre del Mar mayo – 2.017
Texto. ANTONIO GARCÍA GÓMEZ