Y formaban una larga ristra de muy desgraciados, caídos presas de la justicia, tan altanera como lejana, a la vista de viajeros y gente de bien, del común de los caminos y encrucijadas.
Y Sancho dijo: “Ésta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras”.
“En resolución, replicó don Quijote, comoquiera que ello sea, esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad”.
Y el esforzado caballero púsose de parte de los abandonados a su mala fortuna, artífices fortuitos o no de su destino infernal, que caminan hacia su condena.
“Advierta vuestra merced, dijo Sancho, que la justicia, que es el mesmo rey, no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos”.
Y tras enterarse de las faltas, trapacerías y delitos de los infortunados condenados a galeras, el valeroso caballero andante terminó hablando y enterado con el “señor ladrón de más de la marca”, Ginesillo de Pasamonte.
“Dentro de todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad; . . .”
Y por todo eso . . . “quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán quienes servirán al rey en mejores ocasiones”.
Pero encontró el rechazo del comisario al ofrecimiento don Quijote.
Y arremetiendo contra aquél, “sin que tuviese tiempo a ponerse en defensa, dio con él en el suelo, malherido de una lanzada”.
“Ayudó Sancho por su parte a la soltura de Ginés de Pasamonte, que fue el primero que salió en la campaña libe y desembarazado”.
Pero no quiso terminar ahí la aventura don Quijote y llamando a los prisioneros, “se le pusieron todos a la redonda para ver lo que les mandaba”.
“De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más ofenden es la ingratitud”.
Pero al poco
“comenzaron a llover piedras sobre don Quijote y Sancho” que no daban abasto para cubrirse . . .
y al cabo “solos quedaron jumento y Rocinante, Sancho y don Quijote; el jumento cabizbajo y pensativo, sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensando que aún no había cesado la borrasca de las piedras, que le perseguían los oídos; Rocinante, tendido junto a su amo, que también vino al suelo en otra pedrada; Sancho, en pelota, mohinísimo de verse tan malparado por los mismos a quien tanto bien habían hecho.”
Madrid mayo – 2.016