Aunque uno no sepa muy bien a qué se refiere.
¿Si se refiere a que todos los pobres del mundo sepan escribir su nombre y firmar los no contratos de su esclavitud inevitable . . . y poco más, o se refiere a otra cosa?
Cuando, una vez más, la desigualdad vuelve a saltar y escandalizar, del primer al cuarto mundo, de la vida acomodada a la supervivencia in extremis.
Desde el primer mundo, desde donde se habla de bilingüismo y tal y tal, acceso a la universidad, másteres, . . . obligación, sí o no, de deberes para casa, muchos o pocos, para casa, para la profesora particular, para la academia . . . que váyanse seleccionando los excelentes de los menos excelentes, niños benditos, benditos infantes, a través del cedazo de la selección en las escuelas de esos mundos “civilizados”, cuando todos sabemos que las oportunidades están contadas, vía poder económico, vía encauzamiento hacia el embudo de los que sacarán tajada en el mundo de ¿las oportunidades?, vía peaje muy alto.
Y también, cómo no, desde esos tercer y cuarto mundos, donde la diferencia entre saber deletrear o no puede ser vital para llegar a . . . seguir malviviendo, y los niños recorren kilómetros por llegar a “su escuelita” de chapa o de tablones claveteados, con sus pizarrines baratos, entusiasmados por la oportunidad de llegar a aprender . . .”cualquier cosa”, sobre un libro de letras . . .desteñidas.
Y con todo uno siempre tiene la sensación de que a los niños, con mayor frecuencia de la deseada, se les hurta la felicidad inmensa que debería ser acudir a la escuela, de aprender, de conocer, de desarrollar la imaginación, la creatividad, la capacidad de sentir, de soñar, de vivir más intensamente, siendo niños, capaces de más, de mucho más de lo que jamás pudieran llegar a creérselo.
Progresando porque nadie puede ni debe ser privado de la gran fortuna de “una escuela”, de su ámbito, de su abanico de posibilidades, porque aprender debería ser el derecho universal de todo niño, libre, estimulado, creativo, . . . porque no hay mayor éxito que haber logrado que un niño, que cada niño, en cada rincón de nuestro planeta tenga la suerte de ser feliz aprendiendo . . . en una escuela, aprendiendo a leer leyendo . . . un libro, leyendo mil historias, un millón de historias nuevas y distintas, maravillosas, inigualables, porque soñar es leer y ése debería ser . . . ¡el gran deber nuestro! .
Torre del Mar septiembre – 2.015