", un colegio privado, un colegio de pago, el colegio de élite de la ciudad de Miranda de Ebro, en el que estudiábamos los hijos de la aristocracia local, los de los comerciantes que iban acomodándose gracias a su esfuerzo y aceptables rendimientos, y los de los obreros que, con muchísimo esfuerzo, y gracias también a la despejada inteligencia de sus muchachos se podían permitir estudiar en El Colegio de Los Sagrados Corazones.
Llegábamos entonces, igual en 4º que en 6º, a un Instituto emblemático, en el centro de la ciudad vasca, un edificio vetusto de mediados de siglo XIX, imponente, de aulas enormes, de techos altísimos y ventanales que nos parecían gigantescos, una monumentalidad algo siniestra, por otra parte.
En aquellas salas inmensas, solemnes, nos colocaban, junto a otros niños, sólo varones, de otros pueblos y colegios, en pupitres grandes, en filas y separados; todo era muy grande, todo algo lúgubre, de madera oscura y gastada, en medio de un silencio sepulcral, con los nervios sometidos tras nuestras caras de susto, todo ello con mucha prosodia, hasta que, recibidas las preguntas de los exámenes, iniciábamos el despegue de nuestros sabores retenidos o asimilados para tratar de plasmar lo que se suponía que debíamos saber.
Unos pocos sacaban excelente notas, el resto nos las apañábamos para aprobar entre junio y septiembre.
Luego también, un año después y una vez cursado el PREU de antaño, el curso preparatorio para la Universidad, también había que salvar un último escollo traducido en otro examen tipo reválida.
Y así iban cribándose en un espejismo de selección por méritos académicos los alumnos que merecerían su paso a la Universidad, en un ejercicio de ¿justa meritocracia?, o ¿de clasismo anticipado? .
Paralelamente más de la mitad de la población estudiantil de la época, la que no iba a colegios de frailes principalmente, era dirigida a una liga de segunda, en su formación académica, integral, personal y social.
"Ala escuela de la Villa, a la escuela nacional, al gueto de cada pueblo o localidad", en los que a base de cachetes, puños agarrotados de sabañones y varazos, iba desasnándose la futura mano de obra.
Con el horizonte cercano del aprendizaje de un oficio, más o menos competente, o al salto temprano al mundo de los pinches, gachupines, auxiliares, aprendices, marmitones, mancebos, subalternos, criados . . .
En un diseño perfecto del clasicismo que habría de sostener la arquitectura de una sociedad injusta por principios y desigualdad asumida.
El otro día hubo huelgas, protestas, manifestaciones . . . contra el establecimiento de la LOMCE, la ley diseñada por el gobierno del PP, y que basa su esencia en asegurar, buscar, diseñar, decantar, . . . la segregación de los mejores y de los peores, a través de, de nuevo, de la aplicación de "reválidas" que hayan vuelto para "seleccionar", para fomentar la desigualdad, para amparar y afianzar de los corsés que hacen de la educación de nuestros niños y jóvenes una cerrara hacia la parte estrecha del embudo, dejados "a su suerte" los que "no sirven, no valen, no se esfuerzan, no tienen interés, no aprueban, . . ." , contribuyendo a crear un lastre insoportable en una sociedad que pretende ser justa e igualitaria.
En aras de la insolidaridad, la competitividad salvaje y cruel y la falta inhumana de fraternidad.
Para encontrarnos al final, desde muy cortas edades, un porcentaje elevado, insoportable, de fracasados del sistema educativo y que sólo supondrán una rémora para una sociedad que solo quiere volcarse en los "mejores", sin llegar a comprender que para bien o para mal "los mejores y los peores" deberían formar parte del mismo desarrollo de una sociedad, de un país que aprecia y cuida y forma por igual, y según necesidades propias y singulares, a cada uno d e sus ciudadanos.
¡Qué estúpida insensibilidad ante los miles y miles de compatriotas que crecen y se convierten en adultos sin una formación mínima, elemental e integral!
¡Cómo si pudiéramos prescindir de todos ellos!.
¿Tal vez porque son más conformistas y manipulables?