SOBRE LOS ESCLAVOS . . .

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De siempre, de antaño, de cuando siguieron al esclavo Espartaco luchando por la libertad  inaplazable, contra el Imperio, hasta la derrota definitiva, hasta el martirio de los esclavos que murieron en la cruz, camino de Roma, para ejemplo definitivo de la libertad no merecida para los esclavos que intentaran renegar de su condición.

                                                           Porque . . . los esclavos siempre han sido los mismos. Más numerosos, más desgraciados, condenados por el hecho de ser . . . esclavos.

                                                           Hasta los tiempos que corren, cuando los nuevos esclavos apenas pueden aspirar a sobrevivir con alguna dignidad, incluso con el gesto desaprobatorio de quienes no ven que los esclavos siguen siendo el eslabón más bajo en una sociedad demasiado egoísta, demasiado insolidaria, bajo los auspicios de una caridad que lava conciencias a muy bajo precio.

                                                           Y así los esclavos del siglo XXI  que han visto recortados sus ingresos, arrinconados a su condición de pobres de nuevo cuño, guardan lo poco que les conceden, desarrollando su miedo y su odio, a partes iguales, contra los más pobres todavía, al rebufo de los ricos y poderosos que complacidos comprueban que su estrategia va dando resultado, cuando los nuevos pobres temen y asedian a los parias. De tal manera que quién solo posee “altramuces” odia a quien, tras él, recoge las cáscaras despreciadas por el primero, no vaya a ser que terminen exigiendo “sus altramuces”. Así, al calor de los populismos, las xenofobias y los racismos, los esquilmados del siglo XXI recelan y odian a los “desheredados” porque, al cabo, los tienen “demasiado cerca” y el miedo a que vengan a compartir su precariedad se les hace insoportable.  

                                                           Hasta llegar a la cola de los más desfavorecidos, esclavos que llegan en oleadas, en pateras, dejándose la vida, en viajes irregulares, clandestinas, sobrecogidas, por llegar “al paraíso prometido”, esclavos del escalafón más ínfimo, en la ojeriza escudriñadora de “su lucha por la vida”, sin comprender que

solo aspiran a reunir los ingresos mínimos que les permitan, también a ellos, también a los “nuevos esclavos”, emigrantes ilegales, refugiados desesperados, buscando los resquicios para poder acceder a unos recursos siempre escasos, siempre provisionales, siempre criticados por quienes “temen” que los desarrapados terminen exigiéndoles “esos altramuces” que sería “mucho” para quienes hayan de conformarse con “casi nada” porque solo son esclavos, porque su futuro es la esclavitud “consentida y asumida”. ¡O qué se creyeron!

                                                           Y uno se acuerda de la iglesia de San Antón, en Madrid, abierta las 24 horas, adonde se puede acudir para “coger lo que se necesite” . . . sin preguntar si es “poco o mucho” eso que se necesita. Porque como me dijeron una vez aquello de qué quién debe recurrir a la caridad, siempre, pero siempre, se encuentra peor  que uno . .  .que tiene tiempo para quejarse de quien “pide una ayuda”.

 

                                                           Madrid    febrero – 2.016