Un niño de 11 años se arrojó hace pocas fechas desde un cuarto piso, en Madrid, tras haber dejado una carta a sus padres, de despedida, “nunca os olvidaré”. Diego vivió varios meses angustiado sin ganas de ir al colegio. . .
“Papá tú me has enseñado a ser buena persona y a cumplir las promesas”. Diego
”Mamá, tú me has cuidado muchísimo y me has llevado a muchos sitios”. Diego
“No hay derecho a que se haya sentido acorralado, sin esperanza, asumiendo la nada. Y sería preferible que su carta estuviera lleno de ruido, furia, rencor y venganza. Pero está lleno de amor a los suyos, del deseo de ser perdonado por el dolor que les creará, de agradecimiento hacia todo lo que le dieron, les desea felicidad y suerte. . . Todos deberíamos estar de luto. Y maldecir a un mundo en el que los niños, los más débiles, deciden matarse. O los asesinan”. Carlos Boyero
Los niños ríen, corren, se empujan, pillan, se esconden, y también lloran. Los niños también callan, interpretan, actúan y se relacionan, y a menudo se hacen daño, y tras reír también lloran.
Y los niños sufren y temen, y los niños llegan a creerse que pueden ser tiranos, y los niños a menudo son objeto de abusos y agresiones y se convierten en víctimas.
Cuando un niño tiembla y disimula, teme y calla, tartamudea y se bloquea, cuando niño no encuentra la salida y . . . ha de ir a diario . . . al colegio, la rutina se convierte en un calvario.
Y los niños llegan a creer que no hay escapatoria.
Y los adultos a menudo creen que siempre se puede apretar un poco más, y se creen vulnerables si no aprietan lo suficiente y dejan, al final, que cada niño se abra paso en la jungla que va estrangulándolos.
Y yo he visto demasiadas veces a niños sin capacidad de reaccionar en un colegio, en un ámbito donde un niño debería sentirse confiado, cómodo, entre sus mayores, los maestros, entre sus iguales, los compañeros.
Y como decía Carlos Boyero “todos deberíamos guardar luto” y pensar que todos hemos fracasado, que nuestras instituciones, escolares, sociales, domésticas . . . han fracasado estrepitosamente, y que nada vale una lágrima que asole el rostro de un niño . . . atemorizado.
Torre del Mar enero – 2.016