Toros

  • Categoría de la entrada:Opinión
Ahora, con más de medio siglo a las espaldas, se sigue hablando de toros, de fútbol y de… Pero seamos serios y observemos el Mundo y sus más elementales y aparentes verdades: los temas, las personas, las realidades… cambian permanentemente. Incluso el Cristianismo, con más de dos mil años, entró en una crisis de decadencia que desde la Modernidad y la Ilustración amenaza con su acabamiento. Y yo añadiría: afortunadamente.

Es obvio, intereses aparte, que el asunto de divertirse con la muerte ajena (lucha de gladiadores, toros, la caza del zorro, la pesca, etc.) supone una contradicción que nuestra civilización (occidental) está obligada, al menos, a reflexionar una vez alcanzado cierto progreso moral. Y esto que parece una tontería no lo es. Ejemplos: hace cuarenta años, que un hombre golpeara a una mujer era normal si no quería ser acusado de calzonazos en determinados contextos situacionales; que alguien matara al amante de su mujer cogido in fraganti era visto como comportamiento viril exigible; que alguien cazara durante un fin de semana cuarenta docenas de jilgueros y verderones era objeto de fama y gloria en el barrio. Que nosotros, aquellos niños del franquismo, nos dedicásemos a matar gatos, lagartijas, serpientes en nuestro ratos libres era consecuencia lógica de un sistema axiológico que propiciaba todo este tipo de "valores" basados en la violencia y expiables por la vía de la confesión.

Apelar a tradiciones, ritos, arte, etc. no deja de ser ejercicios sofísticos tan válidos como el mío, es decir, el presente en este artículo. La única diferencia entre ambos tipos de argumentos, a mi juicio, reside en que el sentido de la solidaridad para con el diferente, para con los seres vivos (incluyendo las plantas) es casi un instinto entre las personas "normales", es decir, entre las que se horrorizan ante al dolor ajeno innecesario (las religiones del Libro no descubrieron nada nuevo cuando apelaban a la caridad o a la conmiseración; es algo ínsito entre los seres humanos). Debemos respetar la vida, esta es mi máxima diferencial (no sé si por influencia nietzscheana).

Sin embargo, con el asunto que nos ocupa y preocupa (los toros) ocurre como con el cuidado del Medio Ambiente: es un deseo de tan difícil cumplimiento a corto plazo al que parece apropiado el dicho popular "entre todos lo mataron y él solito se murió". Quiero decir con ello que todos estamos implicados en esta danza macabra (con nuestros coches, escopetas, cuchillos, banderillas, capotes y espadas). Bien es verdad que desde nuestras abultadas y bien alimentadas panzas burguesas es muy fácil hablar de ética para con los otros y de estética (el autor de este artículo come carne y practica, cuando puede, la pesca), es decir, todos (tal vez haya excepciones) somos culpables. Por eso no está nada mal que entre esas posibles excepciones (por ejemplo algunos civilizados catalanes y catalanas) nos recuerden que determinados atavismos anacrónicos, en la medida de lo posible (y evitar matar para divertirse lo es) deben ser sustituidos como conductas habituales por otras más civilizadas. Si pudimos imponer por la fuerza (que no convencer) a determinados grupos étnicos que dejaran de practicar el canibalismo y lo intentamos con la ablación del clítoris, ¿por qué no intentar eliminar de la práctica legal matar animales por placer, mediante procedimientos democráticos?
Salud.

 

Antonio Caparrós Vida