La verdad es no sé bien en qué termino define este tipo de actos. El tranvía en medio de la plaza no deja de ser una especie de estatua, y como monumento le corresponde ser inaugurada con todo el ceremonial de su descubrimiento, pero dadas las circunstancias, quitarle la lona que lo cubría no entraba más sorpresa que descubrir a un elefante oculto bajo una sábana. En cierto modo es el mismo problema que tiene la inauguración de la remodelación de una plaza después de que siempre haya estado ahí y la dinámica de la cuidad nos lleve a ocuparla antes de que se acaben las obras.
Fue pura carambola ya que no tenía previsto asistir hasta la noche antes, cuando me crucé con el concejal de movilidad y me invitó. En esta época del año, con más invitaciones que días tiene el calendario y cierto descontrol en la agenda, está más que justificado saltarse algún que otro compromiso; pero si el concejal te invita personalmente, tienes una obligación institucional que no debes olvidar.
Más o menos como yo y cada uno con sus propios motivos, debimos ser un centenar de personas las que nos dimos cita delante del vagón. Unos porque les habían invitado los otros; algunos porque después de pasar años luchando para recuperar esa reliquia que un día adorno el paseo marítimo la veían ahora expuesta en el mismo lugar desde donde un día salió para unir a El Palo con el centro de la ciudad; y finalmente algo menos de diez personas, que sin terminar de identificarse como miembros de un grupo determinado, protestaba por alguna razón que después de una hora ni yo ni la gente a la que he preguntado llegamos a conocer. Hasta aquí todo correcto y todo el mundo en su derecho y en su papel.
Podemos pensar que protestaban porque no estaban conformes con que se haya gastado el dinero en embellecer una plaza cuando existen otras necesidades; y aunque concederles cierta razón, tampoco es menos cierto que las ciudades necesitan que se actúe sobre otros aspectos que también influyen en nuestro bienestar. Podemos suponer que protestaban porque consideraban que el acto era algo electoralista, pero lo mismo se podía pensar de ellos; a fin de cuentas, cualquier campaña electoral empieza al día siguiente de la última votación. Y en cualquier caso, puede que protestaran por cualquiera de las cosas que no funcionan bien en esta ciudad, comunidad o país; porque motivos no faltan. Puede que lo hicieran porque consideraban poco afortunado el diseño de la marquesina, que probablemente amenice las viviendas de los vecinos de al lado cuando llueva y se convierta en un tambor. O porque lo han pintado de un azul. Pero, según alguien ya ha soltado en las redes, sin entrar a valorar las posibilidades de que se trate de un celeste malaguista, el color original (que no sé cuál era) o simplemente el que le ha salido de la brocha a los voluntarios que se han pasado sus horas libres recuperando un poco de nuestra historia.
Podemos imaginar que protestaban por cualquiera de esas razones, podemos discutirlas e incluso podemos compartirlas, pero lo que personalmente no puedo imaginar es qué pudo impulsarles a convertir su propuesta en un cúmulo de insultos y exabruptos hacia un señor de casi ochenta años que decidió inmortalizar en una foto junto con sus compañeros, alcalde y algunos concejales, su satisfacción por hacer recuperado el tranvía. Sin duda, se necesitan tener muchos arrestos para sacarle pecho a un anciano cuando se es mucho más joven y sólo se pesan noventa quilos.
Sostiene Schopenhauer que la última estrategia para conseguir que te den la razón es ser ofensivo y grosero, y apelar a la animalidad olvidando el objeto de la discusión y centrándose en el adversario. Estrategia muy extendida porque su empleo no requiere mayores cualidades y frente a ella hay pocos remedios; si se contesta en los mismo términos se desciende al nivel del adversario y no se sabe a dónde se llega, y si se refuta aún más sus tesis, se hiere aún más su vanidad y aumentan sus deseos de ser grosero. Por eso, para él, la única contra regla posible es la propuesta de Aristóteles; no discutir con el primero que se presente y sólo con aquellos que estén tan dispuestos a convencernos de que tiene razón como a reconocer que no la llevan. Pero puestos a citar, también podemos recordar a Edmundo Burke: “para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”, y declarar que estas no son las formas.
Si la protesta del pasado sábado hubiera estado organizada por una formación política al uso, podríamos pedir a sus responsables que denunciarán este comportamiento (otra cosa es la esperanza que albergáramos): pero como este no es el caso, no es posible. La vida pública de este país necesita una regeneración importante, tanto en su fondo como en las formas; pero si las nuevas formas van a ser estas, el insulto a quién no comparte cualquiera de nuestros puntos de vista, no podremos construir nada nuevo y el viaje no merecerá la pena.