Así, todos lo consideramos como una forma de testamento flamenco. Si tenemos en cuenta, además, que Mairena estuvo espléndido de voz y de ganas y que la grabación, por su imprevista muerte, se convirtió en su obra póstuma, un disco de culto para paladares flamencos tan exigentes como exquisitos. También, todo hay que decirlo, la obra suscitó no pocas discusiones y polémicas acerca de un determinado estilo por soleares apolás, grabadas con anterioridad por Marchena y Morente, tituladas por el propio Mairena como “Mis recuerdos de Charamusco”, al parecer un viejo gitano jerezano de quien las aprendió. Tema, todavía en vigor, en el que no voy a entrar, entre otras razones, porque en su día se debatió hasta la saciedad sin que se llegara a un punto de encuentro. Y como en este mundo del flamenco preferimos negar la evidencia antes que dar nuestro brazo a torcer, pues dejemos que sea otra tribuna la que se encargue del mismo. Pero, sea donde fuere, podría ser una buena ocasión para tratar en profundidad la figura y la obra de Antonio Mairena, tan necesitadas de una rigurosa revisión, honesta, objetiva y desinteresada, para dejarlas en el sitio justo y preciso que merecen dentro de la Historia del Flamenco.
TREINTA AÑOS SIN ANTONIO MAIRENA
Antonio Mairena, que fue mayoritariamente conocido como cantaor importante tras ganar la Llave de Oro del Cante (Córdoba, 1962) en un concurso diseñado para él por su amigo y mentor Ricardo Molina, profesor, poeta del grupo “Cántico” y flamencólogo tardío, fue –es- un maestro. Pero un maestro tan exigente, con la lección tan bien aprendida y tan intransigentemente aplicada, que no dejó posibilidades a sus alumnos para que siguieran su senda profundizando y ampliando los horizontes flamencos que él veía claros pero que los demás sólo intuían sin atreverse a adentrarse en ellos. Y quien se atrevió –Camarón o Morente, por ejemplo- fue estigmatizado primero y abandonado a su suerte después por el mairenismo militante que cuando entonces era poderoso y miméticamente muy numeroso. De ahí, ese concepto mío de “dictadura estética” que algunos no han entendido o no han querido entender por venir de un “antimairenista”, como se me ha dicho en no pocas ocasiones. Aprovecho para dejar claro que no lo soy. Si acaso soy algo es un buen aficionado, con mi propio criterio –defendido siempre con pasión y firmeza-, consecuencia del pensamiento y de la reflexión, del estudio y del análisis, que tiene la valentía y la independencia necesarias para decir lo que otros callan. Ni más ni menos.
Una vez que desaparece la dictadura estética de Antonio Mairena, nos queda el mairenismo cada vez más debilitado y falto de una figura que lo encabece. Este movimiento, que es ajeno a la propia filosofía del maestro, nace muerto porque sólo él podría haberlo sustentado y queda la duda de que tal vez ni eso. A las cabezas pensantes que se empeñan en mantenerlo, habría que decirles que la nostalgia -el mairenismo es hoy por hoy pura nostalgia- no sirve sino de tapón, de paso atrás, para lo por venir.
Los artistas -siempre tan anárquicos- intentan evolucionar pensando sólo en ellos y, ocasionalmente, en aquellos a los que va dirigido su arte. Esta actitud positivista y libre -el verdadero arte se crea para uno mismo, emancipado y sin hipotecas- está dando al traste con lo proyectado por quienes pensaban –y piensan- que el flamenco empieza y acaba en Antonio Mairena, una exageración fanática, aunque siga siendo uno de los referentes imprescindibles a la hora de estudiar, analizar y entender el cante flamenco del siglo xx.
Publicado por
Paco Vargas en