U N A C O P I C H U E L A

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sorbiendo, compartiendo el desayuno con amigos, familia, convecinos, sin rechazo social ninguno, con la prestancia algo temblona de quien necesita a diario sus dosis de alcohol.

                                                           Incluso aunque se ingiera en ayunas, como se supone, porque nadie se desayuna en el bar un copazo de orujo, de cazalla, sin haberse tomado ya un par de ellas, en casa, recién desperezados, prestos a auto embrutecerse sin censura alguna, por cierto, negando la evidencia del alcoholismo que no causa rechazo social, por cierto.

                                  

                                                           “Las copas que yo debo o no debo beber”. . . protestaba el macho alfa, señor Aznar, para reivindicar “su derecho” a beber lo que llegara a apetecerle.

                                                           Igual que como cuando su díscolo discípulo, o así, el señor Rajoy, otro supuesto macho alfa, cuando vitoreaba aquello de “¡viva el vino!”.

                                                          

                                                           Y es que ¿a nadie le molesta? . . . la visión matutina de esos “hombretones”, viejos, adultos, jóvenes, haciendo alarde de su gusto por el copazo de buena o mediada mañana, junto a su novia o mujer, junto a su amigacho, o solo acodado en la barra del bar de su barrio, porque ¿no hay nada de malo? en “embrutecerse”, en taponarse las arterias, en elevar la tensión hasta dispararla, en embotarse . .  .mediante una alcoholización “bien vista” . . . sin que llegar a permitirse que salga a la superficie la ira, el desenfreno, la incapacidad de razonar con perspectiva . . . porque ya anda anegando el cerebro la dosis de alcohol que ya se ha ingerido.

                                                           Porque nadie que se desayuna una copa se pasa el día con esa escasa dosis. Antes al contrario ese comportamiento visible y aceptado es el síntoma de una ingesta multiplicada y diaria que solo trae perjuicios para el alcoholizado y para los suyos.

                                                           Incluso ofreciendo una variante machista indeseable porque, en definitiva, solo es admitido esa costumbre cuando la practican los hombres, aunque a continuación se pongan delante de un volante o se sepa de su torpeza creciente a la hora de entender, a la hora de expresarse, o también se conozca de su talante violento creciente según avance la jornada . . . y sin embargo es hombre . . . porque si fuera mujer el rechazo sería inmediato y contundente, y el rechazo tendría tintes machistas, porque para los machos alfas sería “intolerable” ver a una mujer bebiendo . . . igual que como es capaz de beber un hombre, un joven, un viejo . . . alcoholizado.

 

                                                           Torre del Mar      noviembre – 2.015