U R B A N I D A D

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Y recuerdo que se insistía en normas básicas como aquello de “dejar salir antes de entrar”, de “que la cuchara debe ir a la boca y no la boca a la cuchara”, que “hay que saber escuchar y aguardar a poder hablar”. . . y así un sinfín de comportamientos, automatismos que homologasen nuestra buena crianza, para respeto mutuo de quienes fuéramos a convivir de la forma que fuese, dentro de los parámetros admitidos, en el ámbito doméstico, en el social, en cualquier otra situación imaginable.

                                                           Y recuerdo que una de esas normas era la que se refería al tratamiento que habría de dar a “la comida”, a la costumbre, a los “buenos modales” de comer lo que se ponía en el plato, de acabarlo y de dejar el plato “limpio como los chorros del oro”, porque eso era lo que se debía hacer, en nombre de la buena urbanidad, en nombre de lo que nos enseñaban en casa, de tal manera que cantábamos victoria, siendo niños, aguardando la felicitación de nuestros padres, cuando mostrábamos el plato limpio, untado, reluciente, capaces de darle la vuelta, felices y satisfechos de “haber hecho las cosas bien”.

                                                           Y así era, y así nos lo indicaban cuando salíamos de casa, sobre la buena educación de comernos y terminar cuanto nos sirvieran, con la única posibilidad de adelantarnos cuando nos fueran a echar la comida solicitando por favor que nos vertieran poco sobre el plato . . . porque sabíamos perfectamente y lo teníamos asumido que cuanto cayera había que comérselo.

                                                           Y comento lo anterior porque últimamente observo que “se queda mucha comida en el plato”, que muchos niños, muchos jóvenes, especialmente, han tomado como costumbre dejar el plato a medio terminar, incluso, a veces, sin tocar lo servido, echando a perder los alimentos puestos a comer.

                                                           En los tiempos que corren, con la necesidad galopante que da cifras escalofriantes, uno de cada tres niños españoles en situación de pobreza, en tiempos de sensibilización ecologista, con campañas para evitar la captura y consumo de los pezqueñines, por ejemplo, en pro de una educación de cierta ejemplaridad y buen comportamiento, aunque parezca que no tiene importancia, porque igual sí que la tiene, en un alarde de “realismo humano e integral”, para “savoir faire”, para “saber estar”, para comprender que los alimentos son limitados, y que quienes podemos acceder a su consumo sin restricciones tenemos el deber de saber consumirlos, porque hay quienes los necesitarían con urgencia, por pura supervivencia, por estricta necesidad y hambre pura y dura,. . . para que seamos capaces de comprender y apreciar “nuestra situación privilegiada”.  

                                                           Porque tal vez sería bueno volver a aquellos parámetros de urbanidad normalizada que nos enseñaron a muchos cuando éramos niños.

                                                           Porque es un honor y una sabiduría de noble y decente realismo apreciar lo que se come . . .hasta dejar el plato limpio y lirondo, untaditas las sopas de pan, chupándose  los dedos. . . porque ¡estaba todo de rechupete!.

                                                           Torre del Mar     diciembre – 2.014