Me atrevería a calificarlo de insulto al artista ya ausente, de indecencia, pero dejémoslo solo en bazofia. Con todo el respeto debido a los artistas elegidos. A sus hijos y a quienes han estado ahí por ser fervientes admiradores del homenajeado, continuadores de su estilo en algunos casos, como por ejemplo Estrella, Juan José Amador y Arcángel.
Morente no era solo cantaor de canciones aflamencadas, sino un artista que aprendió de grandes maestros y que resucitó al más grande de todos, Chacón, al que le hizo un monumento junto a Pepe Habichuela, al que echamos de menos. Aparte de su faceta creativa, que lo inmortalizará, Morente era un gran clásico, recreó estilos de genios jerezanos, gaditanos, malagueños y sevillanos y anoche no se tuvo eso en cuenta. En realidad no se tuvo en cuenta nada de lo que representó en el cante y es una lástima que esto haya ocurrido en Sevilla, una ciudad que el maestro adoraba.
La primera parte del espectáculo, larga y tediosa, corrió a cargo fundamentalmente de sus hijos: Estrella, Soleá y José Enrique. Estrella es ya una figura consolidada, con un recorrido hecho y un carisma indudable. Ella es ahora la que tira de la familia y la que ha decidido mantener la escuela de su padre. Luego está Soleá, que quiere seguir sus pasos y canta de forma parecida. Y José Enrique es el pequeño, quizás el que lo recordó mejor anoche en sus tangos A la hora de mi muerte, en primer lugar. Y luego en la serrana de Matrona, uno de los maestros de su padre. El chaval está verde y quizás le pesó un poco la enorme responsabilidad de tener que cantar en una noche tan especial, en el Maestranza y en la apertura de un festival tan importante.
Juan José Amador, al que Enrique Morente admiraba mucho –es uno de los cantaores que más le gustaban de Sevilla–, cantó la seguiriya Mírame a los ojos, de Despegando, uno de sus mejores discos, muy lejos de la versión original. Es un gran artista, pero anoche no lo vi metido en el espectáculo.
Carmen Linares tenía que estar en este homenaje por muchas razones, entre otras, por su gran amistad con Morente. Está mal de la voz desde hace años y angustia escucharla, sobre todo cuando cantó con Silvia Cruz, quien me emocionó en Un pastorcito. Una voz deliciosa, de otro mundo. Lo de Tomás de Perrate no lo entendí por ninguna parte, sinceramente. Y después del numerito con El Pájaro, mucho menos. Y no lo digo solo por silbar éste la marcha Amargura. El eco de Tomás no pintaba mucho allí.
El Pele fue de los pocos que se salvaron del desastre, cantando las alegrías Si mi voz muriera en tierra, de Negra si tú supieras. Y desde luego Arcángel, que bordó Yo poeta decadente y demostró la clase de cantaor y de músico que es.
Lo mejor, sin duda, el taranto que bailó Javier Latorre, un artista ya veterano, de gran talento, que dejó claro cómo hay que bailar el flamenco. Nada que ver con lo que hizo Israel Galván, una de esas genialidades suyas.
Reconozco que abandoné el teatro antes del final del espectáculo, aburrido, desilusionado e irritado. Para colmo, el coche se me quedó atrapado en una botellona y tuve que hacer esta crónica, que no crítica, en escasos minutos. Mal comienzo para la Bienal y, desde luego, para este crítico, que no entendió nada de este fallido homenaje a un artista genial."