Quizá la anécdota más típica sea la que narra el almuerzo de Alfonso XII en el merendero de Miguel Martínez Soler, quien le dio a probar su plato más especial, de creación propia: el espeto de sardinas. «Maestá, asín no: ¡con los deos!», se atrevió a corregir al monarca cuando este preparó los cubiertos con el fin de limpiar el pescado. En efecto, aquella forma de asar las sardinas, en la actualidad parte fundamental de la cultura gastronómica malagueña, había sido ideada en la playa de El Palo, por entonces un barrio humilde de difícil acceso desde la capital, como alternativa de cocción rápida y barata.
La mejora de las comunicaciones provocó el crecimiento del barrio, y en las décadas de 1970 y 80 se abrieron numerosos chiringuitos en la arena. Fue el caso de El Tintero, local mítico por su servicio basado en la 'subasta' de los platos, que son pregonados por los camareros. La aventura culinaria acaba con la misma dosis de singularidad, cuando el personal comienza a pregonar aquello de «y yo cobro, oiga, y yo cobro».
El paseo marítimo del barrio, prolongado a lo largo de sus más de mil metros de playa, está repleto de locales que mantienen el concepto más tradicional de los chiringuitos. En su mayoría son establecimientos familiares de dos pisos que conservan el negocio en la planta baja mientras que el primer piso suele servir como vivienda de los propietarios.
Es el caso de Bar Victoria, especializado en el pescado fresco de la bahía de Málaga. Lo regenta Jesús Pallarés López junto a sus familia. Sus padres, Antonio y Victoria, fueron los fundadores del merendero y viven en la planta alta de esta típica edificación de la barriada paleña. Pallarés destaca que se trata de una zona especialmente tranquila y a la que no se ha renunciado a la esencia culinaria de los chiringuitos. La carta del Victoria es un buen ejemplo: paella, fideuá y pescaítos fritos y espetados son las principales apuestas del Victoria.
Abierto a lo largo de todo el año, durante la temporada de verano el merendero no cierra ni a mediodía ni por la noche. Gracias a su experiencia al frente del Victoria, Pallarés ha forjado una clientela conformada por turistas nacionales y residentes. El paseo marítimo de El Palo es una zona hoy donde se puede disfrutar de muchos de los más auténticos chiringuitos de la costa malagueña. Sus negocios son propiedad de familias que han crecido juntas. «Aquí nos conocemos todos y tenemos muy buena relación, muchos somos amigos desde pequeños», asegura Pallarés.
Viaje en el tiempo
Desde que se construyese el paseo marítimo y se rehabilitasen las playas, la costa paleña es todo un referente dentro del litoral urbano de la ciudad. Pasear por sus pequeñas calles hasta desembocar en el paseo es una experiencia que tiene algo de viaje en el tiempo, porque el olor a salitre, las casas de los pescadores o las barcazas en la orilla son una estampa tradicional de la bahía malacitana que en pocos lugares, como en El Palo, se conservan con tal nitidez. Sus amplias calas presumen de su gran acondicionamiento. Prueba de ello es la playa del Dedo, que desde el año 2006 ostenta el ansiado sello de Calidad Turística.
Por el paseo han proliferado multitud de negocios dedicados, especialmente, a la cocina marinera mediterránea, con la particularidad de poder presumir de precios realmente populares y diferentes especialidades. Desde los más preciados frutos del mar, que caracterizan a la marisquería Narval, hasta las carnes a la brasa del merendero El Deo, sin dejar nunca de lado los famosos arroces de Cantar El Gallo. Heladerías, locales de tapas y siempre el mejor género, fundamentalmente adquirido en la lonja de Málaga y en la Caleta, son señas de identidad de la barriada de El Palo