Fue como en los viejos tiempos, como en aquellos años en los que recorría el mundo de escenario en escenario. Tres cuadros flamencos al uso: con cante, toque, baile y fin de fiesta por bulería. Como el arte jondo gitano de siempre. La diferencia era que ayer el tablao se montó en el Teatro Cervantes y que él era el protagonista sin tener que zapatear. Pepito Vargas recibió anoche emocionado el homenaje de sus amigos tras más de medio siglo consagrado al baile más puro. «Les agradezco de todo corazón por la gloria de mi madre que hayan venido todos los malagueños», decía con su salero habitual el bailaor a un Teatro Cervantes que rozó el lleno absoluto.
Hasta la bandera en las butacas, y en el escenario. Más de veinte artistas de Málaga y alrededores se movilizaron para rendir homenaje «a uno de los bailaores más destacados que ha dado Málaga», como expresó Gonzalo Rojo, presidente de la peña Juan Breva, organizadora del evento. Por eso era de espera que lo que se preveía que acabara a las diez y media se prolongara hasta avanzadas las doce de la noche. Y de allí no había quien se moviera: lo mejor se reserva siempre para el final.
Así fue. Tercer cuadro flamenco, pasadas las once de la noche. Y por fin Pepito Vargas sobre el escenario. Eso sí, sentado. De momento. A su derecha, el guitarrista Chaparro de Málaga; a su izquierda, el bailaor Antonio El Pipa. El centro del tablao es para La Cañeta, con quien Pepito Vargas ha compartido profesión y vida. Ambos son vecinos de El Perchel.
Con el magistral toque de Chaparro, rompió a cantar por seguiriya Cancanillla de Málaga. Pepito Vargas llevaba el compás con la mano. Luego es el turno de La Cañeta, que cantó sus letrillas y bailó con esa gracia tan suya. Y José de la Tomasa se arrancó por soleá. Pero era una noche para las sorpresas, como la que le tenía reservada el cantaro al componer unos fandangos para la ocasión dedicados al bailaor malagueño.
Por bulerías
Por bulerías salió a bailar el gran Antonio El Pipa. Verle siempre es un espectáculo y más si quienes le cantan son La Cañeta, con quien también se marcó unos pasos, y Cancanilla. Y fue entonces cuando Pepito Vargas -retirado desde 2009 de las tablas- se levantó de su silla para zapatear en el Cervantes.
Y de un veterano… a otro que empieza con ganas. El Pipa aprovechó el homenaje a Pepito para sacar al escenario a su hijo Antonio, de ocho años, que estudia danza en Jerez y que ayer debutó con una 'pataíta' por bulerías. Y el público, claro está, en pie una y otra vez.
Un gran fin para una fiesta que había empezado mucho antes, presentada por Paco Roji y María Palomares. Un cuadro titulado 'Los gitanos de Málaga' abrió la noche con la fuerza de jóvenes valores como Rocío Santiago, Luisa Muñoz, Manuel de la Curra y Luisa Chicano, la voz experimentada de José Soleá y el toque veterano de Juani Santiago, entre otros. Mucho duende en el segundo cuadro, con el pellizco de Carmen Ledesma al baile y la garra en la voz de Mari Peña de Utrera. Juntas se marcaron un duelo de cante y baile en las tablas. Puso también el cante El Chato de Málaga -con algún problema de sonido al principio del que se desquitó en la despedida cantando a pleno pulmón- y Francis Bonela. Y son son algunos de los muchos nombres que ayer no quisieron perderse el homenaje.
Para que no olvide la noche, hasta tres placas se llevó Pepito Vargas a casa: una del Ayuntamiento (que le dio Damián Caneda), otra de la Diputación (entregada por Juan Jesús Bernal) y la última de la familia, que le dio su hermano con un fuerte abrazo. Con placas o sin ellas, lo de ayer lo recordará por mucho tiempo