Según sucesivas informaciones periodísticas, contra las que los portavoces del PP han esgrimido una sarta de mentiras, el vínculo laboral con Bárcenas no se suspendió entonces. Antes al contrario, el PP ha seguido pasándole una asignación fija e incluso ha pagado puntualmente sus cotizaciones a la Seguridad Social, bajo la insostenible cobertura de una indemnización a plazos. Si además se le practicaron las preceptivas retenciones por IRPF durante ese periodo, como han reconocido algunas fuentes del partido, Bárcenas reuniría todas las condiciones formales de un auténtico asalariado.
Qué razones asistieron a la cúpula del PP para dispensar tan benévolo trato a su extesorero es algo que algún día se sabrá, como se acaba sabiendo casi todo. Pero nada bueno debe de ser cuando el partido se ha esmerado mucho en ocultarlo, arriesgando su credibilidad, incluso después de que se acumularan evidencias abrumadoras. Nada tiene de extraño, así, que cada vez sea mayor la sospecha de que Bárcenas todavía conserva información altamente sensible, que sus antiguos compañeros prefieren que no se conozca.
Por más que el aludido lo niegue, parte de esa información podría ser la referida a los sobresueldos, filtrada por su propio entorno según todos los indicios, después de que algún dirigente con malas intenciones pusiera a la prensa sobre la pista. Ahora bien, lo más preocupante para el PP es que Bárcenas no haya agotado su arsenal inculpatorio y se guarde en la manga algún as que pueda tener el efecto político de una bomba atómica. A fin de cuentas, en cualquier organización y más si cabe en un partido, los secretos menos confesables suelen custodiarse en la caja fuerte del tesorero.
Sin embargo, el daño al PP ya está hecho, no sólo por la basura que en las últimas semanas ha salido a la luz, sino por la conocida impericia de sus líderes para moverse en este tipo de situaciones. Si las elecciones de 2004 las perdieron por su torpe manipulación de la autoría del 11-M, ahora pueden caer en el más profundo descrédito por empeñarse en tomarnos miserablemente el pelo. Los ciudadanos somos capaces de aguantar muchas, como la crisis económica no para de demostrar; menos que se nos quiera tomar una y otra vez por imbéciles.
Rajoy, que fue el candidato con menos capacidad de despertar entusiasmo de toda democracia pese a su indiscutible triunfo en las generales de 2011, ha dilapidado en un sólo año las moderadas expectativas de quienes le votaron. Bajo el cínico argumento de que, aunque no cumple sus promesas, sí cumple con su deber, está haciendo justo lo contrario de lo que predicaba antes de llegar al Gobierno. Ha subido los impuestos, ha emprendido la demolición del Estado del bienestar, ha amnistiado a los defraudadores fiscales y ha regado con abundante dinero público el insaciable secarral de la banca.
Pero él y los suyos, con su actitud ante el caso Bárcenas, parecen empeñados en pasar a la historia como lo que son, lo menos adecuado para sacarnos de la crisis: una panda de mentirosos.
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